Anna llevaba toda la tarde sentada en el mismo lugar. Miraba las olas sin permitir que nada distrajera a sus ojos del azul y del verde, del turquesa que juntos formaban, y del blanco que con su bordado vestía la arena. Un vaso corto (las copas se rompieron todas) de vino tinto constante en su mano besaba sus labios pausadamente mientras las dudas se amontonaban en sus ojos del color de su amante. El tiempo corría lentamente en la playa vacía, techada de nubes que, conmovidas, a penas contenían las lágrimas.
Yo sólo observada el cuadro, esperando que las doce llegaran sin mas demora para tomar el N8 (el Nitbus que me lleva al depa de Pau cuando el metro ya se fue a dormir).
Estaba agachada lavando vasos en la pica (fregadero, lavadero, o como “queráis” [quieran es demasiado formal aquí] llamarle) cuando sin previo aviso tenía a Anna sentada frente a la barra dispuesta (supuse) a pagar. No le salían las palabras, sólo sonreía y miraba con ojos de agua al mar. Pensé que tal vez no hablaba español y le pregunté con señas en espalenglish si quería tomar algo más o había tenido suficiente vino para esa tarde de contemplación marina… sólo contestó: “es hegrmoso el magr…”.
De ahí, no se cómo, me puse a hablar y a filosofar de la vida, haciendo uso de todos mis recursos ideológicos, de mi aprendizaje y desaprendizaje del diario vivir y desvivir. Hablé del México de mis amores. Con un optimismo que no me caracteriza, trataba de frenar sus lágrimas amenazantes que gritaban la añoranza por la vida y la Alemania que dejó atrás hacía diez semanas. Acostumbrada a una vida de lujo, llegó con unas expectativas como una torre altísima a una Barcelona que, irrespetuosa por sus costumbres, se le reveló hippie y desordenada. Quería vivir en la playa, cerca de su amante. Siempre España la llamó y Barcelona se considera actualmente la ciudad más Europea de la península (no se qué carajo significa eso, si todas las ciudades europeas son igualmente europeas porque están en Europa, no?). Parecía la mejor opción, pero…
Lo cierto es que me di cuenta de que todos buscamos lo mismo y nos comportamos igual ante la novedad, no importa la edad, la raza o las costumbres. Esperamos tanto y hacemos una imagen tan real (idealizada mas bien) de nuestro deseo que al darnos cuenta de que era meramente ficción caemos en un shock que nos hunde en la desesperación y la ansiedad de recuperar lo sacrificado por esa ficción que creamos y que no sabe tan bien como esperamos que sabría. Pero… gracias al tiempo (y a Dios), todo es pasajero, y necesariamente llega el momento en que nuestras expectativas bajan a un plano real y la existencia se endulza con los detalles (que siempre, siempre, siempre son lo más importante)… y con amor (all you need is love), no amor de alguien o por alguien, sino llanamente amor (ese que simplemente “es”), la realidad se convierte en justo lo que no sabías que querías pero que es perfecta tal y como es. Y te sientes feliz con las cosas como son. Y puedes soñar más. Y el próximo shock no será tan doloroso, porque el cascarón del huevo ya se habrá roto por los pequeños golpes y sólo quedarás tú, sin el cascarón que te recluía y no te dejaba ver lo hermoso que hay afuera… así que al recibir golpecitos que amenazaban el mundo de adentro, necesariamente dolía. El dolor también es pasajero.
Cerré el Baba Cool (a las 12 como era mi obligación) y me quedé con Anna viendo al mar (su amante, no mío). El resplandor de la ciudad a nuestras espaldas permitía percibir apenas los verdes, azules y blancos que empapaban la orilla, más adelante: negros (no personas, colores). Al final, Anna se fue con una sonrisa no de esperanza, sino de algo más parecido a la fe (que todavía no acabo de entender bien lo qué es)… (la fe)… (bueno, y la sonrisa tampoco). Yo también me fui con la misma sonrisa… porque todo lo que hablé fue un engaño: no eran para ella mis palabras, sino para mí, pero sólo lo entendí hasta después… aunque ya había tenido esa sonrisa… lo que me hace pensar (muy complicado todo esto…) que hay dos que viven en mí: A, que siempre sabe y B, que se siempre se entera al final de todo. Confío en que A es sabia (o sabio) y quien elige el camino porque ya sabe lo que va a suceder, lo perfecto. Confío en que B tiene los oídos bien abiertos y los ojos igual.
Pero lo más asombroso que Anna me reveló fue que en Alemania el sol es mujer y la luna es hombre… nunca imaginé algo semejante.
The past is a foreign country. They do things differently there.
lunes, julio 7
Anna y su amante, el mar
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2 comentarios:
Amé tu blog. Amé tu cuentito y me encanta leerte. Creo que nunca había leído nada tuyo además de tu profile en facebook. Barcelona despierta cosas en la gente, y en ti se nota todavía más (aún en Catalándia sigues siendo Cuatro).
Te lees llena de vida. Curiosa, expectante. Ya te lo merecías. Un abrazo bien grande y mucho éxito.
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