Cinco de la mañana. Voy regresando de un día de trabajo interminable. De doce a cuatro de la tarde sin parar: monta la terraza, limpia las mesas, lava ventanas, barre, sacude, atiende, sirve. De cuatro a ocho: Quezalcóatl (o Lorenzo… o Lorenza si eres de Alemania), mar, siesta y a comer pollo (como todos los días… es lo único que hay para comer en el restaurante). De ocho a doce: nada… parada en la terraza tratando de distinguir si un barco que pasaba a lo lejos navegaba o volaba. Era tan negro el horizonte que pegaba el cielo con el mar… y se volvieron uno. De doce a dos: locura… terraza llena, bar lleno… Andrea corriendo como loca entre las mesas llevando cuanta cosa le pidieran: bebidas, ceniceros, trapo para la limpiar… sonrisa (esa siempre). Y cada vez que traía una orden nueva, Pau haciendo brindis con chupitos de Absinthe… para ese entonces yo hacía oficial que el barco volaba…
Mi pelo, feliz de estar en la playa, anda de un humor casi insoportable. Se riza y se esponja de alegría… ya no se qué hacer, de verdad. Y el fleco… ¡ay! el fleco… imposible alaciarlo ya… parezco emo… a mi edad… El paliacate regresó por unos días, pero estaba totalmente fuera de onda… últimamente lo he dejado andar a su aire… feliz, saludando a todo el mundo jubilosamente. Acepto sugerencias. Mando besos.
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