The past is a foreign country. They do things differently there.

Mostrando entradas con la etiqueta melancolía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta melancolía. Mostrar todas las entradas

jueves, febrero 7

La decepción


que deja el enfrentarse a resultados completamente contrarios a los originalmente esperados, resulta en un estado de estupefacción crónica que impide retomar la marcha e iniciar nuevas acciones por las que esperar resultados. Y es que la espera condiciona a la decepción, porque contra todo pronóstico, los resultados obedecen más a la casualidad o a la suerte, que a la probabilidad matemática.

No obtengo el resultado esperado, porque, primero que nada, la expectativa me ayuda a construir un resultado mucho más grande y bello, en caso de que el resultado se espere optimista, o mucho más fatal, en caso de que se incline al pesimista. Además, para darle otra vuelta a la tuerca, suelo enunciar, mental y verbalmente, de forma contraria a lo que espero la expresión de lo que realmente anhelo, con la intención de jugar a la psicología inversa con el destino; pero el destino me da veinte vueltas y me planta delante (no lo que quiero, no lo que espero, no lo que enuncio inversamente a mi deseo) lo perfecto, el punto siguiente que conectará la linea que vengo trazando al resto del dibujo de mi vida. Y es así, no puedo ganar.

Resulta muy complicado relajarme y fluir, deslizarme por las olas de mi propio mar. Me esfuerzo por controlar las mareas y los vientos, en lugar de navegar y usar el viento a mi favor, moviendo la vela y el timón según me convenga.

Ansío dejarme llevar por la corriente, disfrutar de la brisa y el olor a sal, del sol que calienta mi piel amarillenta de frío solitario. Relajar mi mente, relajar mis nervios y cuidar mi corazón, porque lo que pienso es lo que siento. En la vida solo hay que proteger al corazón, y la única forma de hacerlo es pensando bonito. Pensar en cantos rodados, estrellas de mar, arena finita y blanca, helado de chocolate, palmeras en la playa, caracolitos de colores, mariposas azules y algodón de azúcar.

jueves, agosto 19

Devaneos de contraportada

La vuelta de la última página de Middlesex (de Jeffrey Eugenides) me ha puesto melancólica. En parte porque llevaba meses leyendo ávidamente e intuyo que atravesaré por un dolo -hasta la aparición de un nuevo libro en mis manos- echándolo en falta. Pero también porque me ha dejado en un mood nostálgico. Hoy recuerdo todos esos apresurados adioses, esos que traté de no dar importancia por el típico *odio decir adiós*. Las pérdidas que no lloré, las despedidas mirando al cielo, las palabras que me ahorré para que el corazón hiciera callo. También me llenan la cabeza momentos cotidianos que me hastiaban y que ahora se me vienen a los ojos mientras frunzo el ceño y trago saliva. Veo a mis hermanos de chiquitos, mis papás de jóvenes -más jóvenes-, y yo sonriente de vestido verde y rizos cortos, buscando monedas de bolo en el pasto. Veo todos los lugares en donde he vivido, todas mis habitaciones, todas mis ventanas... la pequeña que estaba encima de mi cama, en donde imaginaba que un vampiro me observaba justo antes de dormirme -y tenía pesadillas de un vampiro me observaba-; la grande que enmarcaba un árbol enorme y tenebroso que me recordaba a Poltergeist; la que daba al jardín-jungla de mi mamá; la que no daba a ninguna parte. Justo en este momento extraño tantas cosas a la vez. A nadie en particular, sólo las sensaciones de estar yo en esos lugares o situaciones. El estar viviéndolo. El tenerlo ahora. Siento como si hubiera vivido veinte vidas desde 1978. Siento que lo he perdido todo y vivo tratando de recordar si en verdad lo tuve, si viví todo lo que tengo en la cabeza, todas esas historias llenas de emoción que ahora vuelve sublimada. Y mientras recuerdo, las cosas que recordar se me acumulan al segundo de vivirlas. Extraño mi infancia, extraño odiar ponerme vestido y subirme a los árboles sin preocuparme si me voy a caer. Extraño no tener asco a los bichos. Extraño mi falta de vergüenza al hablar con extraños. Extraño mi valemadrismo y mi intrepidez. Mi sensibilidad inocente. Mi inocencia a secas. Me extraño viendo a mi mamá en bata regar el jardín. Me extraño escuchando a mi papá silbar en el coche. Me extraño yendo con Javier a la escuela en la pick up destartalada. Me extraño jugando con Ángel a sus extraordinarios juegos inventados, esos que duraban todo el día. Me extraño observando a David de chiquito lanzarse contra las paredes de nuestro cuarto gritando: mamá, Andrea me está pegando!. Y mientras más me rasco más me pica. Y las memorias salen de los archivos dejando un reguero de papeles en el escritorio de la vida en curso. Tengo que parar ya. Hoy el día está nublado. No tengo qué leer.

jueves, julio 30

Buenos días

Una buena mañana me asomé al balcón y me di cuenta de que la crisis pasó. Regresaba a casa de una noche de fiesta y el Sol empezaba a pintar con gruesas pinceladas anaranjadas el cielo mañanero. Las gaviotas, prueba de que el mar está bien cerquita, bostezaban sonoramente desperezándose. Y yo extendí mi pareo en el balcón (que desde estonces es un lugar especial) y me quedé callada, sentada observando cada pincelada, atenta a los bostezos, sintiendo el amor de los detalles, regalos de una buena mañana. La crisis terminó porque ya crecí, porque cambié, porque soy capaz de ver belleza en todo, porque a partir del final llegan uno tras otro los milagros. Y yo me conmuevo. Y quisiera gritar. Y grito por dentro. Y me callo la boca cuando me nace decir es demasiado, no lo merezco.

Me gusta pensar que es la época de cosecha, que todo esto no es mas que efectos de mis causas. La risa fingida finalmente es real, involuntaria y estruendosa. Y reparto mis emociones entre alegría inmensa y agradecimiento profundo. Y surge un amor enorme dentro de mí por todo y por todos. Y una sonrisa enorme me hace doler las orejas. Y los olores son deliciosos, y los colores hermosos. Y se que todo es posible, que lo mejor es posible, que la perfección es posible, que los sueños son posibles, que ser feliz es posible. Se que tu y yo somos posibles de la forma que siempre soñamos, que nuestra felicidad es real y que es nuestro momento de vivirla. Y todo lo vi en las pinceladas anaranjadas de esa buena mañana, en el final de la crisis, cuando el cielo clareaba después de la oscuridad que se lo tragó todo. Qué hermoso es el incio, bienvenido el amanecer.

jueves, enero 15

El autobús de las 23:00

El autobús de las once duele. También el avión de la una dolió. No importa cuantas palabras bonitas se digan o todas las frases positivas que salen solas tipo “verás que pronto nos vemos otras vez” o “todo es para bien”. Nada de lo que se diga o piense, de lo mucho que abraces o des besos en esa cara tan familiar (que nunca son suficientes, siempre te quedas con la sensación de que pudiste abrazar una vez más [por lo menos]), nada le quita el sabor amargo a la despedida… y digo despedida porque todas son una… todas se resumen en la misma. La vida es una constante despedida, un duelo continuo. Con cada adiós pronunciado vuelve a doler la astillita en el corazón que cada adiós de la vida dejó. Siento tristeza, añoranza, melancolía (ahí está otra vez!). Impotencia por no poder tener cerca a todos los que amo… a todos los que extraño. Cómo duele extrañar. Qué afortunado quien nunca se ha ido lejos, quien nunca ha dicho adiós y no ha tenido esa sensación de vació que deja el que se va (queda un hueco como en ese juego de meter piezas en agujeros con una forma específica, ninguna pieza puede ocupar el lugar de otra) ni el desconsuelo del que parte a lo inexplorado. La energía sigue fluyendo desconcertada hacia ese que ya no está… el canal se estira para cubrir los kilómetros que separan a estas almas conectadas por mucho más que el apellido y eso duele, el estiramiento duele, la soledad del que espera el rencuentro en un tiempo imposible de calcular, duele. No hay soledad más dolorosa e insoportable que la del que espera. Imposible no esperar… creo que hubiera podido abrazar por lo menos una vez más a mi mamá y al Bicho.

martes, diciembre 30

Tu cielo


Llegas a tu cielo un viernes por la noche. Es una suerte tener un cielo particular al cual poder llegar sin tener que morir. Ahí todo es paz, una paz verde de día y groseramente estrellada por la noche. Lo único que se escucha es el agua de la fuente o de algún regato (iba a decir que lo único que se escucha es el silencio, pero me pareció poéticamente barato… aunque ciertamente sería acertado) rompiendo la afonía de Couzada. Un trozo de pasado transgredido por el mal gusto del que decide arreglar su vieja casita y remendarla con pedacitos de modernidad que nada pegan con la belleza de la austeridad de la piedra enmohecida. Menos habitantes que tus dedos y tan diferentes unos y otros como los mismos de tus manos. Todos con el pelo blanco, la nostalgia bien agarrada de sus piernas que caminan despacito (porque no ya hay prisa, no hay que llegar a ningún lado, ya están en el cielo), sabiduría del campo que se nota en sus grandes manos… tiernas manos, historias que se pelean entre ellas para salir primero de la garganta (la mayoría en referencia a ti cuando eras pequeño). Cuando hablas, tus palabras se deshacen en vapor para no lastimar el espeso silencio mágico. El frío encuentra su camino a través de tu ropa (su lugar favorito es el dedo gordo del pie) y tus zapatos. Un frío celestial que conserva todo justo como lo viste la última vez. Ese ruido cuando se abre la puerta de aluminio y arrastra el tapete de la entrada, el piso siempre ligeramente húmedo, el olor de la madera, el sonido hueco de tus pasos al subir pisando la alfombra de la escalera… sí, todo sigue ahí. Suspiras aliviado. Corres a la galería, te asomas por la ventana y compruebas que a casa dabaixo sigue de pie, viejita orgullosa vestida de blanco con sus ventanas enmarcadas en café, hundida en una bruma como de cuento. Debe ser magia.
O home do tempo prometió que haría buen tiempo, pero se equivocó. El tiempo no fue bueno, fue maravillosamente inesperado. El cielo nos dio los buenos días con pelusillas blancas flotando suavemente en el ambiente. No esperábamos ver nevar, la verdad es que a pesar de que hacía frío, no hacía tanto como para que nevara. Qué visión más hermosa. Qué mágico. Qué regalazo. Después de desayunar junto a la cocina de leña un Paladín bien caliente y pan con mermelada de moras de la abuela, nos pusimos en marcha rumbo a Currelo, el pueblo donde nació mi abuelo. El cielo se despejó y pudimos contemplar el valle desde las montañas, la típica vista de Couzada (típica para la familia Pérez) pequeñita desde lo alto de A Peneda Grande (típicos piquetes de toxos e xestas para subir a ella). Llegando a Currelo… no puede ser… empezó a nevar otra vez. Nos metimos entre la maleza para llegar a lo que queda de la casa del abuelo. Piedras cubiertas de musgo, completamente verdes; madera que aburrida de no ver a nadie se dejó caer; tejas rotas por el suelo cubierto de maleza (y tejas rotas); ramas que parecen nacer del centro, señalando en todas direcciones; pelusas blancas cayendo; yo tragando belleza a grandes bocados. Cualquier cosa que tocaba para sostenerme se rompía, así que preferí no sostenerme y confiar en que no me caería para no estropearlo todo. Corrimos, jugamos, bailamos, saltamos, reímos, nos congelamos y volvimos a entrar en calor con las historias que contaba mi mamá de cuando subía con las vacas desde Couzada hasta Currelo. Cimentamos sueños harto lindos y demasiado grandes para ser escritos. Lo verde se nos pegó a la ropa y el barro a los zapatos. Con el dedo gordo congelado regresamos al calor de la chimenea, a comer caldo, patatas en cachelos, chorizos y pan de ayer (porque el abuelo siempre esconde el de hoy).
Mi cielo es verde y estrellado, huele a leña y a humedad, suena a agua y a cencerro, definitivamente sabe a castaña, es frío por fuera y calido por dentro, está cubierto de musgo y hundido en el vapor suave de todo lo que se ha dicho. Qué suerte poder regresar una vez más. Qué bendición visitar el cielo y seguir viviendo, sabiendo que de una u otra forma, tarde o temprano volveré.

martes, diciembre 23

Previo a la Noche Buena

Galletas María, mantequilla, azúcar, leche, huevos y chocolate Chaparro. Eso es todo lo que se necesita para hacer el pastel más delicioso del mundo (no es que haya probado todos los pasteles del mundo, pero estoy segura de que ninguno podría entrarme por la boca y antes de caer en la barriga, pasar por el corazón). Justo en este momento se está llevando a cabo la creación de tan suculenta lambonada. Mi mamá y mi abuela tratan de imitar lo mejor posible a mi tía Lolita, la experta familiar en lo que a la tarta de galletas, mientras me reprochan el estar detrás de la computadora sin ayudar. Creo que esto es lo más tradicional en mi familia para la cena navideña. Me atrevería a asegurar que podría faltar el caldo de mariscos, la ensalada de manzana o incluso el mismísimo pavo, pero la tarta de galletas… no sería Navidad sin ella.
Vigo es una ciudad en la costa de Pontevedra, provincia de Galicia, en donde mis abuelos pasan los meses de más frío, porque en el pueblo, Couzada, fai un frío que pela. Esta es la primera vez en mi vida que paso aquí Navidad, y la verdad es que promete ser bastante especial. Sólo estaremos los abuelos, mi mamá, el Bicho, Ales, Manuel y yo… así o más extraño? Para mí es bizarrísimo, pero me ilusiona mucho. Las Navidades solían ser siempre iguales, siempre los mismos, la misma comida, la misma rutina, en el mismo lugar… (no es que me queje, siempre lo pasé bien… sobre todo cuando Vane y yo planeamos el embriague de nuestras madres…) así que esta resulta bastante novedosa y contribuye lo justo para recuperar el espíritu navideño que anduvo despistado todo el año.
Siendo sincera, no siento una gran paz… el amor sí está ahí, lo se, lo siento, pero la paz… esa me cuesta más. Parece como si mi ADN hubiera sufrido alguna extraña mutación que me imposibilitara para disfrutar lo que a la generalidad le resulta disfrutable. Esa maldita sensación de tener que estar siempre en otro sitio… de estarme perdiendo de algo más importante que mi presente… lo razono, lo comprendo, se que no hay nada más valioso que lo que estoy viviendo justo en este segundo… pero la impresión sigue ahí.
“Vendoo así, esto eh unha bomba… leva o demo de manteca” (lo siento, no se escribir bien gallego)… la dulce voz de mi abuela me saca de mi enmimismamiento y me trae de vuelta al olor de la tarta… un hermoso presente de mi presente para que me quede aquí.

lunes, diciembre 1

Las pequeñas cosas bis

Hoy nos imaginé caminando descalzos por las calles empedradas, sintiendo las frías piedras que nos regalan el presente, como agujitas que se clavan en los pies y que no nos dejan pensar en nada más que en este momento. Hoy me vi hippie (como tu lo has sido, como yo nunca lo seré) hablando de poesía que nunca he leído, sentada en la mesita descuidada al fondo de un café bohemio frente a un tú (hippie también, como lo fuiste) de pelo largo y ojos profundos (such as mine). Hoy te recordé como no te conocí, me imaginé como si te conociera de hace tantos años, inventé un pasado común que sería divertido recordar juntos por estas plazas, sentados en unas escaleras de piedra, en medio de historia y poesía arquitectónica, con un bocadillo en una mano, en la otra una cerveza y en la otra (si, otra más) el corazón (hippie, como son nuestros corazones). Nuestros corazones intercambiando ideas mientras no decimos nada. Hoy pensé en ti aunque ya no sea tu cumpleaños, recordé todo lo que tiene que ver contigo, recordé al ojo detrás del lente que me desnudó, pensé en nuestra vida en común y en la que no tenemos nada que ver. Hoy me hubiera encantado caminar contigo (y con el ojo [también hippie]… como siempre planeamos y nunca hicimos), aquí o en el Parque México, da igual, lo realmente valioso era la compañía.

miércoles, noviembre 12

El cielo que soñamos

Me dormí y apareciste de nuevo. Tu cara era otra y tu nombre nunca lo supe, había otras cosas más importantes que decir (como qué champú usabas y que esta vez estudiabas enfermería en Monterrey). Sabíamos que al día siguiente ya no estarías y eso apresuró todo. Hablábamos más con la mirada que las palabras que decíamos y lo que sentíamos volaba por el aire clavándose directamente en el corazón. Nuestros ojos decían cuánto nos extrañamos y qué ganas de despertar y encontrarnos, finalmente, teníamos. No dejo de imaginar cómo será tu cara realmente y ensayo en el espejo, como si tuviera trece años, las palabras que te diré, cuando por fin te reconozca, para que no te vayas más. Que te quedes conmigo y recuperemos el tiempo que la vigilia nos ha robado. Que nos tiremos en la arena a contemplar los cielos que existen sólo porque nos hemos encontrado y que el corazón finalmente detone, envolviéndonos en una nube que nos acerque a las estrellas -que brillarán más fuerte para que cualquier deseo que pidamos se cumpla-. Sabré al fin cómo suena tu voz y cómo brillan tus ojos al mirarme. Cómo son tus manos (tu ya sabes cómo son las mías, ayer decías que son hermosas y femeninas…ja) y a qué hueles. Te cantaré todos los poemas que te he escrito secretamente en el alma desde el principio. Los besos que tengo acumulados encontrarán anhelantes en dónde estrellarse, creando nuevas estrellas en el cielo de tus labios.
El perro ladra… cinco minutitos más, que te extraño demasiado…

martes, agosto 26

El juego de perder

Creo que el nombre de mi blog debió haber sido otro. El tema es recurrente. Me olvido de ella durante el día, pero cuando despierto me doy cuenta de que sigue ahí. Aprovecha mis horas de sueño para echárseme de nuevo encima. Abro los ojos y pienso: “buenos días melancolía, todavía por aquí?”.
Leí que la Valentía no es vivir sin miedo o lanzarse de cabeza a realizar cualquier acto impulsivo sin medir las consecuencias. La Valentía es vivir la realidad, cruda, sin vestido ni pantalones. No es que pierda toda su belleza al vivirla de ese modo, sino que la belleza de la vida se vuelve tangible y dejas de vivir la perfección que vive sólo en tu cabeza, la que no es real. Me quito la ropa y dejo que la vida me vea también como soy, y entre las dos creamos una realidad digerible que tenga cosas bonitas y no tan bonitas (para poder valorarlo todo). Esa vida que tanto me enseña. Que me da todo el material didáctico para que estudie y que en las evaluaciones me mira pacientemente cometer el mismo error una y otra vez. Yo estudio, estudio mucho. Leo, hago ejercicios, resuelvo problemas. Repito que uno mas uno es igual a dos. Una y otra vez: “uno mas uno igual a dos, uno mas uno igual a dos… claro, uno mas uno igual a dos”. Y cuando viene el examen… 1.- Responda, de forma clara, las siguientes preguntas: A. ¿Cuánto es uno más uno?... y yo, bien segura de la respuesta, escribo tres… ¿Cómo aprobar el examen si siempre escribo TRES!!!???... maldición…
Por alguna razón que no comprendo, me empeño en jugar un juego bien conocido para mí, un juego que no se jugar y en el que siempre salgo perdiendo. Lo veo venir. Invento historias en mi mente, historias que repito una y otra vez hasta que me las creo… y así vivo en otro mundo, en la irrealidad de mi realidad, en mi cobardía. Hoy he decidido (otra vez) no jugar más ese juego y buscar otro más divertido, o por lo menos donde no pierda siempre. O tal vez simplemente debería aprender a jugar este estúpido juego y ganar de una vez por todas.

miércoles, agosto 13

La Fuente Mágica (apagada) de Montjuic

Definitivamente Barcelona sabe mejor con tres pares de pies. Paco y Oscar recorren conmigo las calles del Borne y el Bárrio Gótico, con sus balcones de barbas verdes (que me encantan y nunca había notado [definitivamente tengo una fijación con las barbas]). Ahora sí que me siento turista… y pienso que no he aprendido nada. La felicidad utópica de ser a pesar de la soledad, me parece aún muy lejana. Se la teoría, pero en la práctica no sale bien todavía. Pateo, lloro, quiero gritar… quiero cantar (le)… no se a quién… a ese quién que se esconde, que se asoma desde la ventana, que al verme corre y da la vuelta a la esquina sin mirar atrás… pero bueno… en dónde iba?
Paseamos por Gracia, vimos (ví) tiendas lindas, tomamos un café en un bar (yo café, ellos mojito) y si hubiéramos tomado precauciones (o con tan sólo haberlo reflexionado un poco), hubiésemos sabido que los martes no se enciende La Fuente Mágica de Montjuic (funcionando a partir de los jueves, a las 21:00) y no habríamos hecho toda la travesía desde Gracia hasta allá. Henos ahí, tomándonos fotos como despistados turistas (lo que éramos, somos), pasando calor y haciendo tiempo… ja-ja… ilusos. Faroleábamos frente a la cámara, recordábamos viejas fotos (donde Paco ponía la mano en la cangurera de Pamela para tapar al “Tiger” que, según él, arruinaba la foto [la verdad es que yo concordaba]), y yo cantaba fuerte para que la gente se nos quedara viendo y a Paco le diera pena. En cuanto caímos en cuenta que el asunto no iría a más, nos encaminamos a Plaza Catalunya y de ahí caminamos al Viena, en la Rambla, a comer un bocadillo (mmm… Frankfurt con cebolla y queso [como para agarrar a besos a alguien]). Después nos perdimos (soy experta) por el Rabal y el Gótico (ahora de noche) y comimos unos pinchos por ahí en otro barecillo (el bocadillo no fue suficiente). Me fui temprano porque mañana me toca abrir el Baba Cool (de nuevo me cambiaron el horario) y no quiero llegar ya cansada desde temprano. De cualquier forma se que esta semana va a estar algo pesada porque andaré turisteando con mis otros pares de pies y muy probablemente salgamos de fiesta más de una noche (por más que trato, no se me da). Pero bueno, estoy contenta porque están aquí, porque son caras conocidas, porque adoro a Paco, porque Oscar es un amor, porque tenemos buenas pláticas, porque a tres pares de pies se camina mejor y a tres pares de ojos se ve todo más lindo.
Termino el día escribiendo y escuchando a Feist… cultivando auditivamente la melancolía ya de por sí creciente sin necesidad de abono.