The past is a foreign country. They do things differently there.
jueves, febrero 7
La decepción
jueves, agosto 19
Devaneos de contraportada
La vuelta de la última página de Middlesex (de Jeffrey Eugenides) me ha puesto melancólica. En parte porque llevaba meses leyendo ávidamente e intuyo que atravesaré por un dolo -hasta la aparición de un nuevo libro en mis manos- echándolo en falta. Pero también porque me ha dejado en un mood nostálgico. Hoy recuerdo todos esos apresurados adioses, esos que traté de no dar importancia por el típico *odio decir adiós*. Las pérdidas que no lloré, las despedidas mirando al cielo, las palabras que me ahorré para que el corazón hiciera callo. También me llenan la cabeza momentos cotidianos que me hastiaban y que ahora se me vienen a los ojos mientras frunzo el ceño y trago saliva. Veo a mis hermanos de chiquitos, mis papás de jóvenes -más jóvenes-, y yo sonriente de vestido verde y rizos cortos, buscando monedas de bolo en el pasto. Veo todos los lugares en donde he vivido, todas mis habitaciones, todas mis ventanas... la pequeña que estaba encima de mi cama, en donde imaginaba que un vampiro me observaba justo antes de dormirme -y tenía pesadillas de un vampiro me observaba-; la grande que enmarcaba un árbol enorme y tenebroso que me recordaba a Poltergeist; la que daba al jardín-jungla de mi mamá; la que no daba a ninguna parte. Justo en este momento extraño tantas cosas a la vez. A nadie en particular, sólo las sensaciones de estar yo en esos lugares o situaciones. El estar viviéndolo. El tenerlo ahora. Siento como si hubiera vivido veinte vidas desde 1978. Siento que lo he perdido todo y vivo tratando de recordar si en verdad lo tuve, si viví todo lo que tengo en la cabeza, todas esas historias llenas de emoción que ahora vuelve sublimada. Y mientras recuerdo, las cosas que recordar se me acumulan al segundo de vivirlas. Extraño mi infancia, extraño odiar ponerme vestido y subirme a los árboles sin preocuparme si me voy a caer. Extraño no tener asco a los bichos. Extraño mi falta de vergüenza al hablar con extraños. Extraño mi valemadrismo y mi intrepidez. Mi sensibilidad inocente. Mi inocencia a secas. Me extraño viendo a mi mamá en bata regar el jardín. Me extraño escuchando a mi papá silbar en el coche. Me extraño yendo con Javier a la escuela en la pick up destartalada. Me extraño jugando con Ángel a sus extraordinarios juegos inventados, esos que duraban todo el día. Me extraño observando a David de chiquito lanzarse contra las paredes de nuestro cuarto gritando: mamá, Andrea me está pegando!. Y mientras más me rasco más me pica. Y las memorias salen de los archivos dejando un reguero de papeles en el escritorio de la vida en curso. Tengo que parar ya. Hoy el día está nublado. No tengo qué leer.
jueves, julio 30
Buenos días
Me gusta pensar que es la época de cosecha, que todo esto no es mas que efectos de mis causas. La risa fingida finalmente es real, involuntaria y estruendosa. Y reparto mis emociones entre alegría inmensa y agradecimiento profundo. Y surge un amor enorme dentro de mí por todo y por todos. Y una sonrisa enorme me hace doler las orejas. Y los olores son deliciosos, y los colores hermosos. Y se que todo es posible, que lo mejor es posible, que la perfección es posible, que los sueños son posibles, que ser feliz es posible. Se que tu y yo somos posibles de la forma que siempre soñamos, que nuestra felicidad es real y que es nuestro momento de vivirla. Y todo lo vi en las pinceladas anaranjadas de esa buena mañana, en el final de la crisis, cuando el cielo clareaba después de la oscuridad que se lo tragó todo. Qué hermoso es el incio, bienvenido el amanecer.

jueves, enero 15
El autobús de las 23:00
martes, diciembre 30
Tu cielo

Llegas a tu cielo un viernes por la noche. Es una suerte tener un cielo particular al cual poder llegar sin tener que morir. Ahí todo es paz, una paz verde de día y groseramente estrellada por la noche. Lo único que se escucha es el agua de la fuente o de algún regato (iba a decir que lo único que se escucha es el silencio, pero me pareció poéticamente barato… aunque ciertamente sería acertado) rompiendo la afonía de Couzada. Un trozo de pasado transgredido por el mal gusto del que decide arreglar su vieja casita y remendarla con pedacitos de modernidad que nada pegan con la belleza de la austeridad de la piedra enmohecida. Menos habitantes que tus dedos y tan diferentes unos y otros como los mismos de tus manos. Todos con el pelo blanco, la nostalgia bien agarrada de sus piernas que caminan despacito (porque no ya hay prisa, no hay que llegar a ningún lado, ya están en el cielo), sabiduría del campo que se nota en sus grandes manos… tiernas manos, historias que se pelean entre ellas para salir primero de la garganta (la mayoría en referencia a ti cuando eras pequeño). Cuando hablas, tus palabras se deshacen en vapor para no lastimar el espeso silencio mágico. El frío encuentra su camino a través de tu ropa (su lugar favorito es el dedo gordo del pie) y tus zapatos. Un frío celestial que conserva todo justo como lo viste la última vez. Ese ruido cuando se abre la puerta de aluminio y arrastra el tapete de la entrada, el piso siempre ligeramente húmedo, el olor de la madera, el sonido hueco de tus pasos al subir pisando la alfombra de la escalera… sí, todo sigue ahí. Suspiras aliviado. Corres a la galería, te asomas por la ventana y compruebas que a casa dabaixo sigue de pie, viejita orgullosa vestida de blanco con sus ventanas e

O home do tempo prometió que haría buen tiempo, pero se equivocó. El tiempo no fue bueno, fue maravillosamente inesperado. El cielo nos dio los buenos días con pelusillas blancas flotando suavemente en el ambiente. No esperábamos ver nevar, la verdad es que a pesar de que hacía frío, no hacía tanto como para que nevara. Qué visión más hermosa. Qué mágico. Qué regalazo. Después de desayunar junto a la cocina de leña un Paladín bien caliente y pan con mermelada de moras de la abuela, nos pusimos en marcha rumbo a Currelo, el pueblo donde nació mi abuelo. El cielo se despejó y pudimos contemplar el valle desde las montañas, la típica vista de Couzada (típica para la familia Pérez) pequeñita desde lo alto de A Peneda Grande (típicos piquetes de toxos e xestas para subir a ella). Llegando a Currelo… no puede ser… empezó a nevar otra vez. Nos metimos entre la maleza para llegar a lo que queda de la casa del abuelo. Piedras cubiertas de musgo, completamente verdes; madera que aburrida de no ver a nadie se dejó caer; tejas rotas por el suelo cubierto de maleza (y tejas rotas); ramas que parecen nacer del centro, señalando en todas direcciones; pelusas blancas cayendo; yo tragando belleza a grandes bocados. Cualquier cosa que tocaba para sostenerme se rompía, así que preferí no sostenerme y confiar en que no me caería para no estropearlo todo. Corrimos, jugamos, bailamos, saltamos, reímos, nos congelamos y volvimos a entrar en calor con las historias que contaba mi mamá de cuando subía con las vacas desde Couzada hasta Currelo. Cimentamos sueños harto lindos y demasiado grandes para ser escritos. Lo verde se nos pegó a la ropa y el barro a los zapatos. Con el dedo gordo congelado regresamos al calor de la chimenea, a comer caldo, patatas en cachelos, chorizos y pan de ayer (porque el abuelo siempre esconde el de hoy).
Mi cielo es verde y estrellado, huele a leña y a humedad, suena a agua y a cencerro, definitivamente sabe a castaña, es frío por fuera y calido por dentro, está cubierto de musgo y hundido en el vapor suave de todo lo que se ha dicho. Qué suerte poder regresar una vez más. Qué bendición visitar el cielo y seguir viviendo, sabiendo que de una u otra forma, tarde o temprano volveré.
martes, diciembre 23
Previo a la Noche Buena
Vigo es una ciudad en la costa de Pontevedra, provincia de Galicia, en donde mis abuelos pasan los meses de más frío, porque en el pueblo, Couzada, fai un frío que pela. Esta es la primera vez en mi vida que paso aquí Navidad, y la verdad es que promete ser bastante especial. Sólo estaremos los abuelos, mi mamá, el Bicho, Ales, Manuel y yo… así o más extraño? Para mí es bizarrísimo, pero me ilusiona mucho. Las Navidades solían ser siempre iguales, siempre los mismos, la misma comida, la misma rutina, en el mismo lugar… (no es que me queje, siempre lo pasé bien… sobre todo cuando Vane y yo planeamos el embriague de nuestras madres…) así que esta resulta bastante novedosa y contribuye lo justo para recuperar el espíritu navideño que anduvo despistado todo el año.
Siendo sincera, no siento una gran paz… el amor sí está ahí, lo se, lo siento, pero la paz… esa me cuesta más. Parece como si mi ADN hubiera sufrido alguna extraña mutación que me imposibilitara para disfrutar lo que a la generalidad le resulta disfrutable. Esa maldita sensación de tener que estar siempre en otro sitio… de estarme perdiendo de algo más importante que mi presente… lo razono, lo comprendo, se que no hay nada más valioso que lo que estoy viviendo justo en este segundo… pero la impresión sigue ahí.
“Vendoo así, esto eh unha bomba… leva o demo de manteca” (lo siento, no se escribir bien gallego)… la dulce voz de mi abuela me saca de mi enmimismamiento y me trae de vuelta al olor de la tarta… un hermoso presente de mi presente para que me quede aquí.
lunes, diciembre 1
Las pequeñas cosas bis
miércoles, noviembre 12
El cielo que soñamos
El perro ladra… cinco minutitos más, que te extraño demasiado…
martes, agosto 26
El juego de perder
Leí que la Valentía no es vivir sin miedo o lanzarse de cabeza a realizar cualquier acto impulsivo sin medir las consecuencias. La Valentía es vivir la realidad, cruda, sin vestido ni pantalones. No es que pierda toda su belleza al vivirla de ese modo, sino que la belleza de la vida se vuelve tangible y dejas de vivir la perfección que vive sólo en tu cabeza, la que no es real. Me quito la ropa y dejo que la vida me vea también como soy, y entre las dos creamos una realidad digerible que tenga cosas bonitas y no tan bonitas (para poder valorarlo todo). Esa vida que tanto me enseña. Que me da todo el material didáctico para que estudie y que en las evaluaciones me mira pacientemente cometer el mismo error una y otra vez. Yo estudio, estudio mucho. Leo, hago ejercicios, resuelvo problemas. Repito que uno mas uno es igual a dos. Una y otra vez: “uno mas uno igual a dos, uno mas uno igual a dos… claro, uno mas uno igual a dos”. Y cuando viene el examen… 1.- Responda, de forma clara, las siguientes preguntas: A. ¿Cuánto es uno más uno?... y yo, bien segura de la respuesta, escribo tres… ¿Cómo aprobar el examen si siempre escribo TRES!!!???... maldición…
Por alguna razón que no comprendo, me empeño en jugar un juego bien conocido para mí, un juego que no se jugar y en el que siempre salgo perdiendo. Lo veo venir. Invento historias en mi mente, historias que repito una y otra vez hasta que me las creo… y así vivo en otro mundo, en la irrealidad de mi realidad, en mi cobardía. Hoy he decidido (otra vez) no jugar más ese juego y buscar otro más divertido, o por lo menos donde no pierda siempre. O tal vez simplemente debería aprender a jugar este estúpido juego y ganar de una vez por todas.
miércoles, agosto 13
La Fuente Mágica (apagada) de Montjuic
Paseamos por Gracia, vimos (ví) tiendas lindas, tomamos un café en un bar (yo café, ellos mojito) y si hubiéramos tomado precauciones (o con tan sólo haberlo reflexionado un poco), hubiésemos sabido que los martes no se enciende La Fuente Mágica de Montjuic (funcionando a partir de los jueves, a las 21:00) y no habríamos hecho toda la travesía desde Gracia hasta allá. Henos ahí, tomándonos fotos como despistados turistas (lo que éramos, somos), pasando calor y haciendo tiempo… ja-ja… ilusos. Faroleábamos frente a la cámara, recordábamos viejas fotos (donde Paco ponía la mano en la cangurera de Pamela para tapar al “Tiger” que, según él, arruinaba la foto [la verdad es que yo concordaba]), y yo cantaba fuerte para que la gente se nos quedara viendo y a Paco le diera pena. En cuanto caímos en cuenta que el asunto no iría a más, nos encaminamos a Plaza Catalunya y de ahí caminamos al Viena, en la Rambla, a comer un bocadillo (mmm… Frankfurt con cebolla y queso [como para agarrar a besos a alguien]). Después nos perdimos (soy experta) por el Rabal y el Gótico (ahora de noche) y comimos unos pinchos por ahí en otro barecillo (el bocadillo no fue suficiente). Me fui temprano porque mañana me toca abrir el Baba Cool (de nuevo me cambiaron el horario) y no quiero llegar ya cansada desde temprano. De cualquier forma se que esta semana va a estar algo pesada porque andaré turisteando con mis otros pares de pies y muy probablemente salgamos de fiesta más de una noche (por más que trato, no se me da). Pero bueno, estoy contenta porque están aquí, porque son caras conocidas, porque adoro a Paco, porque Oscar es un amor, porque tenemos buenas pláticas, porque a tres pares de pies se camina mejor y a tres pares de ojos se ve todo más lindo.
Termino el día escribiendo y escuchando a Feist… cultivando auditivamente la melancolía ya de por sí creciente sin necesidad de abono.