Estaban dos plátanos aplatanados… no, no me gusta, parece que voy a contar un chiste… Empiezo de nuevo…
Dos plátanos aplatanados en el segundo vagón del tren de las 11 pm de la línea cuatro del metro de Barcelona. Al principio no les puse atención y sólo pensé: “vaya, dos plátanos aplatanados…” Pero por alguna razón (más allá de mi entendimiento)… (o pensándolo bien…), que ahora me parece entender: no me gustan los plátanos… nada… ni un poco… ni su forma, ni su color, ni su olor, ni su consistencia, mucho menos su sabor… (por lo general pongo más atención en o que no me gusta que en lo que me gusta [inconscientemente, claro está]), los observé con mayor detenimiento.
Dos plátanos esperaban junto a la puerta del segundo vagón del tren de las 11 pm de la línea cuatro del metro de Barcelona. Muy juntos, tratando de darse calor y protegiéndose de una constipación casi segura a causa del aire acondicionado, cuchicheaban en voz baja, casi inaudible para cualquier ser humano, sobre la manera de alcanzar el botón de la puerta para bajarse en la estación de Maragall. Yo los escuché porque no tenía nada que hacer y en verdad puse mucha atención. Me sorprendió encontrarlos en la línea amarilla, justo la que llega a Maragall (bueno, la azul también), ya que, como todo el mundo sabe, los plátanos ven todo de color amarillo, en distintas intensidades (como en escala de grises… sólo que en escala de amarillos). Seguramente les dieron la ruta anotada en un papel o algo, explicándoles que tenían que ir por la línea cuatro… así que lo del amarillo probablemente fue sólo una coincidencia.
Eran plátanos maduros, de amarillo intenso y barba cerrada. Me pregunto cuánto tiempo llevarían ahí… tal vez subieron cuando eran aún verdes e inmaduros (cuando veían todo verde). Cuántas veces habrían ido de un lado a otro por la línea cuatro tratando de llegar al botón (verde al principio, ahora amarillo) justo en la estación de Maragall.
Yo bajaba en la misma estación color plátano, pero no dije nada. Me dio pena hablar con dos plátanos desconocidos, o peor aún, levantarlos y ayudarlos en su huida (cito: “no me gustan los plátanos… nada… ni un poco… ni su forma, ni su color, ni su olor, ni su consistencia… [el sabor sale sobrando en esta acción]). Así que permanecí sentada hasta que el tren se hubo detenido por completo en la para de Maragall y salí corriendo por otra puerta haciendo como que no los veía.
Me sentí un poco mal después… cuánto tiempo más pasarían ahí?... tal vez hasta que vieran todo negro… Pero bueno… caminando a casa reflexioné que nosotros, los humanos, creemos erróneamente que somos la causa de lo que sucede, ocasionándonos un sufrimiento inventado e innecesario… y yo pienso que las cosas ocurren por sí mismas… o estoy en el proceso…
Esos plátanos y yo no teníamos nada que ver.
(Basado en hechos reales)
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