Dejé de interesarme en las descripciones de cielos cuando finalmente comprendí que mi vocabulario (aún juntando español, inglés, gallego y muy pero muy escaso catalán) es insuficiente para retratar en palabras, con suficiente justicia, las imágenes imposibles que “PapaDios” me pone delante. Me di cuenta de que siempre intento emocionar a todo mundo al mismo grado que yo me altero por cosas que probablemente no emocionarían a la mayoría (o si… finalmente soy parte de ese amontonamiento denominado average people que piensa que no lo es). Mi problema radica en los colores… algo me está sucediendo. Es como si antes no hubiera registrado colores que veo ahora. Tal vez había estado distraída o pendiente de otras cosas… no se, las formas, las texturas, los volúmenes… podría ser que eso ocupara toda mi atención, y ahora que por abracadabra me fijo en los colores y las increíbles combinaciones que pueden formarse justo en mis narices, capaces de variar de un segundo a otro (los colores, no mis narices), me inundan los ojos el rojo, el azul y el amarillo, en sus miles de millones de mezclas posibles que bañan todas las formas y las texturas haciéndolas pasar a un segundo plano. Y siento tanto amor… ya se, soy un caso perdido de cursilería… pero por más que busco en mi disco duro (ese que de repente se resetea si no le dan miel a tiempo) no encuentro otra palabra para describir lo que siento… que finalmente es lo importante en tanta insistencia de los colores. Creo que no importan tanto las palabras, los hechos o las tonalidades del cielo y el mar, como lo que se siente al verse expuesto a lo antes mencionado (ya decía yo… por eso siempre preguntas “qué sientes?”… sabia tú).
La única constante de mi vida ha sido el cambio… cambios siempre, en cada recoveco de mi existencia como Artemisa Pimpante. Siempre habían resultado evidentes… cambio de casa, de escuela, de país, de casa otra vez… pero que la percepción visual de mis ojos cambiara (más allá de ver húmedo cuando lloro) creo que nunca me había sucedido… o por lo menos no me había dado cuenta. Pau no deja de imitarme (obvio burlandose) diciendo: “güeeey, no mamesss, mira que coloresss, essstá increíble güeeey”. Y es que no puedo dejar de decirlo (viva la libertad de expresión), es como si buscara una certificación de realidad en lo que veo… que tal que algo se me metió en los ojos que distorsiona la realidad y yo no me he dado cuenta?... la picadura de algún insecto mediterráneo o algo en la butifarra… tanta Nutella debe subir los niveles de endorfinas al grado grosero en que es posible percibir otras dimensiones del color (matices invisibles para los que no comen Nutella [too bad for you, nutellaless average people!]).
Pienso aprovechar esta nueva capacidad (tal vez si estuviera en Heroes, ese sería mi poder) y seguir de atenta observadora de cielos, desistiendo de la mentecata racionalización que se entromete en todo lo que siento y los limita a descripciones injustas. He dicho.
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