La Luna, que me seguía a todas partes, iluminaba sólo justo encima de mí, como un cenital. También bañaba de una luz azulosa a Maru, pero yo no me daba cuenta porque estaba detrás de mí (o más bien, yo la veía, pero mi yo del sueño no, porque Maru estaba detrás de ella). Todo lo demás (lo que no éramos Maru y yo) estaba perdido en la noche. Era casi como si sólo nosotras viviéramos de día, y unos centímetros más allá estuviera la noche que nunca llegaba para las dos (porque la Luna me seguía a todas partes).
Con los pies hundidos en arena amarillosa (o amarillenta) y blanda, que se movía cada vez que las olas bordaban su encaje blanco alrededor de mis tobillos, observaba lo negro tratando de distinguir dónde el mar y el cielo eran dos y no uno. Estaba completamente en paz.
Maru, desde atrás, me llamó con el pensamiento y yo voltee. Extendió el brazo y en la mano tenía una pistola (sí, una pistola, de las que disparan). Sonrió y me pidió que la matara… Yo devolví la sonrisa, estiré el brazo y tomé la pistola junto con ella (las dos sosteníamos la pistola [pero apuntando en su dirección]). Disparé, sin preguntar el porque de tan violenta decisión, disparé. Sin pensar si sólo se trataba de una broma, disparé. Maru empezó a desvanecerse (como quien se desmaya [o resetea, en la fila de las palomitas de Cinemex, por ejemplo], pero cayendo muy despacito), como esos edificios en los que ya no hay nada ni nadie y les ponen bombas en los cimientos para tirarlos (van cayendo desde abajo, muy derechitos) y hacer otros nuevos donde haya vida otra vez. Cuando nuevos centímetros de Maru iban tocando el agua, se deshacían como un Alka Seltzer en medio vaso de agua. Y Maru efervesció completita (incluida la pistola en su mano)… (y nadie se la iba a tomar para el dolor de cabeza) iluminada azulosamente por mi Luna (con forma de Alka Seltzer).
Salí del agua eferveciente y entre al cuarto de Maru (extrañamente, ordenado). Vi sus cosas (que sólo son sus cosas en el sueño)… (supe que eran suyas porque encontré un cepillo para el pelo que no podía ser de nadie más). La extrañé. Deseé que fuera feliz, que encontrara la paz (efervesciente paz) en las profundidades marinas en dónde ahora nadaba en pequeñas partículas.
Es la última vez que ceno ternera (chuletón que trajo mi papá expresamente de la granja de mis padrinos y que, insistió, era para la cena). Necesito un Alka Seltzer.
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