The past is a foreign country. They do things differently there.

miércoles, noviembre 12

Sábado por la noche

Ya sabíamos que la fiesta iba a ser grande. Cuarenta personas para cenar quiere decir un verdadero desmadre de madrugada. Gente muy fresa y de varo hacía gala de sus mejores trapos, mientras poco a poco perdían la pose y ganaban borrachera. A toda máquina preparaba las bebidas que me iban pidiendo, lavando vasos cada vez y rezando porque no se me acabaran en hielo picado y las limas cortadas. Entre chupitos con los clientes y mi fiel vodka tonic junto a la cafetera, me fui poniendo a tono yo también. Me sacaban plática sobre México (siempre lo hacen) y mi Quetzalcóatl tatuada, al tiempo que me miraban con ojitos pizpiretos a ver si les servía algo gratis (maldición! siempre lo consiguen…). De pronto veo a Pau sentado en una silla sobre una mesa frente a la barra, y a la cumpleañera tirándole una mezcla de dudosa procedencia (yo la preparé, ja) directo de una porrón de cristal. –Ya valió…- pensé, acertadamente. Cinco minutos después (realmente no medía el tiempo adecuadamente) empieza una canción de Rent, Take me or leave me (Pau siempre hace lo mismo), y entra bailando y cantando sabiendo que yo dejaré en la barra lo que tenga entre las manos y me le haré segunda. Cantábamos detrás de la barra con todas nuestras fuerzas, haciendo gala de nuestro empolvado talento, a la vez que la clientela nos aplaudía (en su peda, grave peda) pidiendo otra. No lo podían creer. Yo agradecía a mi público desde el fondo del corazón, imaginando que estaba de nuevo en un escenario. Cuántas cosas bonitas me dijeron esa noche… Qué feliz me sentía (creo que hasta podría considerarla una de las noches más lindas). Bailé con niñas pijas con cara de muñeca que me hablaban con los ojos (ya medio bizcos) de cosas que en sano juicio no se atreverían a pensar… y yo me daba permiso de creérmelo todo (mañana será otro día, pensaba). Terminamos muy muy tarde, entre vasos rotos (que yo, recordé más tarde, animé a una muchachita de muy buen ver a destruir con sus botitas de Penélope Glamour). Hablando de la vida y de lo hermoso que existe en cada ser humano (aunque la mayoría no se de cuenta), Pau y yo limpiamos el saldo de la guerra y nos fuimos a tirar a la arena a la caza de estrellas fugaces. Me dolieron los labios de tanto sonreír, se me secó la boca de tanto hablar. Me dolieron y se me secaron los ojos de tanto mirar. Quería gritar, quería llorar, quería aplaudir… Me sentí agradecida con la vida, con el Universo. ¿Cómo una estúpida peda puede llevarme a un estado tan espiritual? ¿cómo enrollarme en pensamientos tan profundos después de pasarme la noche sirviendo tragos?... Fue una noche memorable. Con en ánimo hasta el cielo y los tenis llenos de arena, emprendimos el camino a casa. Bendita Barcelona, bendito Pau y bendita yo.

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