Me dormí y apareciste de nuevo. Tu cara era otra y tu nombre nunca lo supe, había otras cosas más importantes que decir (como qué champú usabas y que esta vez estudiabas enfermería en Monterrey). Sabíamos que al día siguiente ya no estarías y eso apresuró todo. Hablábamos más con la mirada que las palabras que decíamos y lo que sentíamos volaba por el aire clavándose directamente en el corazón. Nuestros ojos decían cuánto nos extrañamos y qué ganas de despertar y encontrarnos, finalmente, teníamos. No dejo de imaginar cómo será tu cara realmente y ensayo en el espejo, como si tuviera trece años, las palabras que te diré, cuando por fin te reconozca, para que no te vayas más. Que te quedes conmigo y recuperemos el tiempo que la vigilia nos ha robado. Que nos tiremos en la arena a contemplar los cielos que existen sólo porque nos hemos encontrado y que el corazón finalmente detone, envolviéndonos en una nube que nos acerque a las estrellas -que brillarán más fuerte para que cualquier deseo que pidamos se cumpla-. Sabré al fin cómo suena tu voz y cómo brillan tus ojos al mirarme. Cómo son tus manos (tu ya sabes cómo son las mías, ayer decías que son hermosas y femeninas…ja) y a qué hueles. Te cantaré todos los poemas que te he escrito secretamente en el alma desde el principio. Los besos que tengo acumulados encontrarán anhelantes en dónde estrellarse, creando nuevas estrellas en el cielo de tus labios.
El perro ladra… cinco minutitos más, que te extraño demasiado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario