Son las dos de la mañana y no puedo dormir. Dando vueltas en la cama y aburrida de contar ovejas (generalmente me funciona), mi mente vaga buscando algo más original. Rondando por grandes salones llenos de archiveros, se decide por uno, mas bien pequeño, que dice en una plaquita metálica con letras negras: “Memorias Significativas”. El cajón se abre y tomo el primer documento que mágicamente trae una imagen que me envuelve trescientos sesenta grados: mosaicos en distintos tonos de verde. Creo que es el primer recuerdo de mi vida. Tal vez de alguna manera hasta ese momento aparecí dentro de mí. Ahí empezó la película. “Universal Pictures presenta: Perdona Bonita (así se llamaría mi la película de mi vida)”, en letras blancas sencillas, sobre fondo negro (tipo Woody Allen). Corte a: mosaicos verdes. La imagen no dio más información valiosa para la película, así que tomé el siguiente documento. Una imagen envolvente de un jardín con pasto grueso que se mueve como un “sube y baja” visto de forma lateral. Lo único que se me ocurre es que fuera una imagen de las primeras veces que caminaba en mi vida (y en “Perdona Bonita”), pero no podría asegurarlo. Me di cuenta de que los documentos estaban organizados en forma cronológica. Puede parecer lógico, pero creo que yo los hubiera ordenado por importancia… siendo memorias significativas… (en orden de significancia pues). Me salté un poco más adelante y encontré un escrito manchado de lodo seco. Inmediatamente me rodeó una maya (así, con "y") ciclónica (de esas de alambre grueso y plateado, trenzado en forma de rombos). En mi cuerpecito de seis o siete años, estaba agarrándome con todas mis fuerzas a la maya, suspendida a lo que a mí me parecía un metro de altura (si es que sabía calcular esa distancia [yo medía varios centímetros menos que eso]), tratando de cruzar un enorme lodazal. Estaba en el Centro Gallego. Era domingo y había llovido (lo leí en el papel enlodado). Yo llevaba puesto un vestido blanco, una chaquetita roja y unos zapatos rojos de charol que me acababan de comprar. Obvio, me había subido a la maya para no ensuciar mis zapatos (mi mamá de iba a matar, pensaba). Logré avanzar poquito, pero a menos de la mitad, ya no pude aguantar mas y me solté. Caí de pie en el lodo que me cubría hasta la mitad de la espinilla. No debía ser profundo, pero para mi tamaño lo era bastante. Traté de caminar, pero el lodo era muy espeso y un zapato se me salió al dar el primer paso. Regresé el pie tanteando el fondo, tratando de encontrar el zapato (nuevo y rojo). Lo encontré y trabajosamente volví a meter el pie. Apretando fuerte los dedos de los pies, tratando de alguna forma de sujetar mis zapatos, fui arrastrando penosamente los pies para que el lodo no me los sacara. Después de lo que me parecieron horas (seguro no fueron más de diez minutos), logré salir del lodo y caminé toda sucia a la cafetería a buscar a mi mamá. Tenía mucho miedo de que me fuera a regañar por haberme ensuciado y sentía una vergüenza horrible de que la gente me viera tan sucia.
Cuando encontré a mi mamá, me vio tan angustiada que no me dijo nada. Me llevó inmediatamente al baño, me quitó los zapatos y mis antes blancas calcetas largas. Puso papel en el suelo para que no pisara lo frío, y lavó mis zapatos y calcetas en el lavabo donde se lavan las manos las mujeres. Después los secó con la cosa que echa aire para secar las manos (de las mujeres). Yo observaba a mi mamá sin poder dejar de pensar en el lodo y en la maya ciclónica. Me dio tanta ternura ese documento. Esa imagen. Tan pequeñita yo, tratando de hacer semejante proeza. De esquivar el lodo, en lugar de regresar por donde había venido y dar toda la vuelta para llegar a la cafetería donde estaba mi mamá. Y después mi mamá lavando mis cosas enlodadas. Seguro que ella también sentía un poco de vergüenza en el baño (de mujeres). Y sentí más ternura. Y la extrañé como nunca. Y empecé a llorar. Y mojé mi almohada. Y bajé de la cama enseguida, sin cerrar el archivo, para encender mi computadora y buscarla para decirle que estoy bien. Que estoy tratando de cruzar el lodo, trepada en la maya para no ensuciar mis zapatos nuevos. Que se que podría regresar y dar toda la vuelta. Pero que ese charcote es mío y tengo que llegar al otro lado. Y que tengo miedo. Y que si me caigo al lodo yo voy a lavar mis cosas, como ella lo hizo, poniendo papel en el suelo para no pisar lo frío.
Te adoro mamita linda. Te extraño mamita hermosa. Estoy bien.
2 comentarios:
Me hiciste llorar, babosa!
(gracias, me hacía falta).
Qué bonita imagen. Consérvala y quiérela. El charco de lodo se extiende todavía por varias millas y nadie llega impecable hasta el otro lado. De hecho, la mayoría de las veces, hace falta aprender a ensuciarse el ajuar para que la travesía valga la pena.
Te mando un abrazo grande desde este lado de la malla ciclónica.
:)
No llorabas!!!... je...
Gracias por tus comentarios siempre lindos jefa... y por tus correcciones sutiles de ortografía ;)
Un beso grande desde este lado de la mayamalla. Mua!
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