Llegué con tres maletas y me parecía mucho. Ahora, algo menos de un año después, tengo tres maletas, una cajota, cinco cajas, tres bolsas grandes de papel (llenas) y una bolsa de las negras de basura tamaño familiar (también llena)… ¿en qué momento…? Todo el mundo dice: sí, yo me he mudado un montón de veces y siempre tengo que tirar dos o tres bolsas de ropa. Lo peor del caso es que ¡yo no tiré nada!. Sólo una bolsita con papeles que fui acumulando. No puedo tirar. Me parece que todo me sirve. Una maleta llena de chamarras, otra de suéteres y pantalones, y la tercera de camisetas, además de mi caja de zapatos (más bien tenis) y una más de complementos… y diario pienso: mmm, no tengo qué ponerme. Es un poco penoso darme cuenta de lo identificada que estoy con mi propia imagen, de cuánto me importa mi ropa y lo imposible que me resulta desprenderme de cosas que ni siquiera he usado desde que llegué.
La inminente llegada del verano, que viene arrastrando cada vez más turistas a Barcelona, me a impulsado a reubicar mi capilla más cerca del centro para poder maximizar mi tiempo, uno, y dos, evitar los largos regresos de pie en el nitbus, aguantando a esa raza permanentemente ebria y desmadrosa denominada “spring breaker”, cuando mi mayor deseo es llegar a la calma de mi cuarto después de los días tan largos en que el Sol se resiste a ir a la cama.
Me duele el estómago, el sueño huyó despavorido y siento nostalgia al pensar que una etapa mas termina. Me duele Pau.
1 comentario:
ya se, me faltó una "h" por ahí...
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