The past is a foreign country. They do things differently there.

domingo, marzo 13

Pipi-popo

No me acostumbro a escuchar ciertas palabras de uso cotidiano por estas tierras catalanas. Cada vez que escucho sustantivos como culo o tetas y verbos como cagar y mear, me tiemblan los tímpanos. Y es que para mí las pompas, las bubis y un ambiguo “tengo que ir al baño”, es lo que me parece normal y suficiente para estas cuestiones tan privadas en México; pero no aquí. Aquí “voy a echar un meo y de paso me la veo”. El “me anda del uno” o “voy a miarbolito” carecen de significado. Incluso el tan nacamente jocoso “voy a echar la firma” resulta dudoso. Las cosas son mucho más simples de este lado. “Voy a cagar” es tan natural y cotidiano, que hasta me siento ridícula por no avisar a dónde voy cuando “me anda del dos”.

Dos axiomas resultan evidentes en esta situación de contraste lingüístico: 1, en México somos mucho más privados con todas las partes íntimas y funciones de desecho corporal -es decir, escasa necesidad de hacer verbalmente público lo privado- y 2, somos casi incapaces de llamar a todas estas cuestiones por su nombre común -ni en confianza... ni para nosotros mismos... simplemente nos suena fatal... a menos que estemos metidos en el personaje de “soy tan cool que puedo decir corrienteces”-.

Lo que me lleva a escribir sobre este argumento, lo que se deriva de esta situación de vocabulario grandilocuente, es la infinita creatividad -hartamente loable- del mexicano promedio para encontrar formas ingeniosas decir lo que por su nombre común le resulta incómodo. Así surgen frases grandiosas como "orinita vengo, voy a desalojar la gruta de Cacahuamilpa" o "voy a pi-pintarme la cara y po-polverme la nariz". Personalmente prefiero mantener el misterio y no dar explicaciones... simplemente “voy a dejar constancia de mi paso por el mundo”.

sábado, marzo 12

Gracias en francés

A punto de arrancar la moto, mi bicha, se estaciona detrás de mí una camioneta BMW. -¡Qué morro!- y me giro para hacerle una mirada retadora al conductor. “Jean Pierre”, de unos sesenta años, me habla. No le entiendo nada. Aparco la moto otra vez y me acerco a la ventana. Intuyo que lo que dice es aeropuerto. ¿Cómo le explico a un francés, que no habla español, cómo llegar conduciendo desde Villa Olímpica hasta el aeropuerto?... Le hago entender que me siga. Arranco la bicha y nos ponemos en marcha. Qué imagen más simpática me parece, una camioneta BMW siguiendo a mi ciclomotor vestido de primavera que no pasa de los cuarenta kilómetros por hora. Voy tratando de no perderlo mirando continuamente el retrovisor. Entre tantos semáforos y tráfico se me hace eterno el viaje. Empiezo a inventarme historias de que es un empresario muy rico y que me da una recompensa por mostrarle el camino. Que lanza un fajo de billetes desde su ventana por que gracias a mí no perderá su vuelo. Cuando pasamos Plaza España, queda claro el camino hasta el aeropuerto. Levanto la mano y le hago entender que siga todo recto. “Jean Pierre” se me empareja y repetidamente se lleva la mano al corazón y la extiende hacia mí. No hay fajo de billetes, pero ese ademán en francés me recompensa suficiente. Buen viaje “Jean Pierre”.