The past is a foreign country. They do things differently there.

viernes, marzo 6

Los caminos desaparecieron

Los primeros en darse cuenta fueron los de encima del lugar. Llevaban una semana sin resultados algo alentadores. La señora Amparo, a pesar de sus manos artríticas, había terminado con el filo de sus mejores herramientas, incluyendo la azada más nueva y el cuchillo de cocina que guarda en el cajón de lo filoso. Todos sus esfuerzos fueron malogrados.

Después de tanta lluvia, no había voluntad humana que lograra hacer retroceder a la maleza que se comía los caminos a grandes bocados. Cada hoja cortada, cada rama herida, volvía a brotar a las pocas horas con más impulso y frondosidad que antes. Ni siquiera se presentían los caminos detrás de tanta espina feroz que inundaba lo que antes conducía a las granjas, a la fuente o a la iglesia.

La noticia llegó con cierto desfase a los de en medio del lugar. Las vacas de la señora Herminda llevaban varias semanas sin querer salir de paseo por no mojarse las patas y yacían echadas perezosamente en la oscura cuadra, tiradas a la buena vida y espantándose las moscas. Cuando acabaron finalmente con la paja de reserva y no quedó mas remedio que buscarse el pan (o el pasto en este caso), no fueron capaces, con toda su sabiduría animal, de encontrar el camino a sus prados favoritos, porque la hierba mala lo había inundado todo.

Los del fondo del lugar, con tanto alboroto causado por la llegada de la única radio al pueblo, curiosamente la última entrega del cartero cuando aún habían caminos, no se enteraron de la emergencia hasta que no tuvieron más remedio. Don Luginio trató en balde, él solo, mientras los demás escuchaban las noticias de los problemas de cualquier otra parte, de librarse de la maraña espinosa cuando intentaba llegar a la fuente; pero cada paso cortado, cada metro limpiado, se convertía en por lo menos dos o tres de nueva espesura amenazante que le llegaba cuatro palmos arriba de la cabeza (y mira que el Señor Luginio es alto). Y así, los de arriba, los de en medio y los de abajo del lugar, se quedaron indiscutiblemente aislados del resto, de los de afuera del lugar.

Don David, del fondo del lugar número once, fue elegido alcalde, cabe decir que muy en contra de su voluntad, por ser el único que recibía noticias de afuera a través de su radio. Recaía en él tanta responsabilidad no deseada que, a la menor provocación, cambió su preciado artefacto vociferante por media docena de huevos que Doña Julia, de en medio del lugar número dieciseis, de muy buena gana, le ofreció a cambio del poder. “Mi reino por media docena de huevos”. Mas no habían pasado ni tres días cuando la insistencia de los vecinos porque se limpiara lo que solía ser el camino que llevaba al pozo, orilló a Doña Julia a ofrecer a la señora Herminda, de encima del lugar número veintitrés, el tan admirado radio rojo de bolsillo a cambio de no menos de dos litros de leche de sus vacas (antes perezosas y ahora hambrientas).

La señora Herminda, nueva alcaldesa y dueña de la única piedra de afilar existente en este desamparado pueblo (y ahora de la única radio también), pasaba los días afilando toda clase de artilugios a los que se pudiera sacar filo, no sólo cuchillos o tijeras, expresamente producidos para este fin, sino que hasta las cucharas, tenedores y agujas de tejer se enfrentaban valientemente a la mala hierba en manos de los resueltos vecinos. Con sus deberes de alcaldesa-afiladora y el cuidado de vacas convertido en mero pasatiempo, la señora Herminda se cansó de tanto compromiso sobre sus espaldas y ofreció su radio poderosa, junto con la piedra de afilar (que en menos de un mes había reducido su volumen a la mitad) y la alcaldía, a Don Pepe, de en medio del lugar número dos, a cambio de algo más de tres fardos de paja (lo que pudo conseguir).

El ayuntamiento siguió cambiando por lo menos cada tres días de lugar (o de calle), de arriba abajo y de abajo a arriba, siguiendo a la radio roja que de mano en mano aumentaba su valor, aún cuando con la sequía murió la mala hierba y montones de artificios de punta roma quedaron amontonados en las casas de arriba, de en medio y de abajo del lugar.

Cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia...

No hay comentarios: