Vuelvo al cielo. No los hay como en Barcelona. Un azul celestial. El contraste con la arena de la playa es como para ponerte a llorar. En la barra del Baba Cool, ¿por qué no?, Javier Bardem tomándose una botella de agua y Andrea un café con leche. La playa llena de gente con la chamarra puesta y gafas oscuras. El tímido sol apenas empieza a quitarse el abrigo.
Me monto en la bicicleta y pedaleo a ritmo de Regina Spektor, esquivando peatones en pleno paseo dominical (es sábado, pero decir “sabadal” o “sabadero” no ilustra tan bien la actitud peatonal del día). Agradezco los colores y digo: “no mames, qué colores!”, pero ni yo misma me escucho porque Regina me va cantando al oído.
La vida tiene un sentido del humor espectacular. ¿Cuándo aprenderemos a aflojarnos la corbata?. Nada es tan serio como parece. Nada. Si fuéramos capaces de aceptar el momento tal y como es, alcanzaríamos la perfección. Dejar de forzar la cerradura y estar alerta. Sonreír por lo que es y lo que no fue. Porque al final todo es perfecto como es. Porque la vida tiene colores maravillosos. Porque nada es lo que parece. Porque tardé sólo veinte minutos en llegar a casa y me reí de la broma.

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