En caso de despresurización de la cabina, primero debes ponerte tú la máscara y luego ayudar al prójimo más próximo. He podido constatar que este procedimiento es útil (por no sobreactuar y decir [escribir] vital) también fuera de los aviones.
En mis años de niña-niño aprendí no sólo a compartir, sino incluso a dar lo mejor al vecino. A comerme el pan de ayer y reservar para los invitados el de hoy (que al no haber invitados se convertiría en el de ayer al siguiente día [y finalmente me comería el pan de hoy... sólo que mañana... ¿?]). Ha resultado muy difícil a lo largo de esta tan curiosa vida mía sacudirme esa necesidad de complacer al que está al lado antes que a mí (la pobre, ja). Tras varios resorterazos en la frente, llega un momento en que la que maneja a Afrodita A (Sayaka Yumi [o en su caso, Kōji Kabuto a Mazinger Z]) pierde la paciencia y deja de pedir por favor, comienza a exigir el buen trato (ya merecido), el cuidado y la paciencia que han sido negados para un@ mism@ y regalados por toneladas a los demás. Si yo no me siento bien es imposible que pueda hacer sentir bien a nadie (o lo que es lo mismo: si no me amo no puedo dar amor [lo que doy tiene otros nombres y me engaño pensando que es amor… y doy "eso" sólo porque no se recibir... y no sabe recibir el soberbio... o sea que recibir es un acto de humildad... ¿?]). Vamos, que no puedo dar lo que no tengo, y ya está.
A paso de gallo gallina he ido tratando de enmendar lo que Armoise a tenido en falta la mayor parte de sus melancólicos días. Parece mentira que me haya tomado tanto tiempo darme cuenta, debería haber sido más inteligente… pero bueno, probablemente no sea cuestión de inteligencia sino de madurez (en el tercer piso todo tiene una perspectiva distinta, nada que ver con la inteligencia o el cúmulo de datos coleccionados durante décadas [no una ni dos]… así que debe ser madurez biológica). Hoy creo saber lo que Armoise necesita, lo que merece (Saint Germain!!!) y no aceptaré menos que eso para ella, porque es lo más importante que tengo… y ya estuvo bien de ignorarla… tan sólo es una niña (y le dan miedo los aviones).
The past is a foreign country. They do things differently there.
domingo, enero 18
jueves, enero 15
El autobús de las 23:00
El autobús de las once duele. También el avión de la una dolió. No importa cuantas palabras bonitas se digan o todas las frases positivas que salen solas tipo “verás que pronto nos vemos otras vez” o “todo es para bien”. Nada de lo que se diga o piense, de lo mucho que abraces o des besos en esa cara tan familiar (que nunca son suficientes, siempre te quedas con la sensación de que pudiste abrazar una vez más [por lo menos]), nada le quita el sabor amargo a la despedida… y digo despedida porque todas son una… todas se resumen en la misma. La vida es una constante despedida, un duelo continuo. Con cada adiós pronunciado vuelve a doler la astillita en el corazón que cada adiós de la vida dejó. Siento tristeza, añoranza, melancolía (ahí está otra vez!). Impotencia por no poder tener cerca a todos los que amo… a todos los que extraño. Cómo duele extrañar. Qué afortunado quien nunca se ha ido lejos, quien nunca ha dicho adiós y no ha tenido esa sensación de vació que deja el que se va (queda un hueco como en ese juego de meter piezas en agujeros con una forma específica, ninguna pieza puede ocupar el lugar de otra) ni el desconsuelo del que parte a lo inexplorado. La energía sigue fluyendo desconcertada hacia ese que ya no está… el canal se estira para cubrir los kilómetros que separan a estas almas conectadas por mucho más que el apellido y eso duele, el estiramiento duele, la soledad del que espera el rencuentro en un tiempo imposible de calcular, duele. No hay soledad más dolorosa e insoportable que la del que espera. Imposible no esperar… creo que hubiera podido abrazar por lo menos una vez más a mi mamá y al Bicho.
lunes, enero 5
La ola decidió
La ola de seis metros decidió
No pidió permiso, simplemente tomó impulso y nado con todas sus fuerzas. La frenó el golpe. De lleno se estampo de boca contra la terraza, llevando mesas y sillas (y kilos y kilos de arena, además de litros y litros de agua) dentro del local. Decidió por mí terminar mis andanzas por el Baba Cool. Hasta aquí te trajo el río (o el mar, según el caso), dijo. Me veo obligada a extender mis vacaciones hasta que encuentre otro trabajo que ocupe mis días (o noches, quién sabe). No quedaron más de tres pasos de playa, parece zona de desastre, y hasta que no limpie el ayuntamiento tanto despapare y se reforme el local, no volverán abrirse esas puertas, mismas que metafóricamente siguen abiertas para mí si decido volver a trabajar ya en circunstancias más prosperas para todos.
Ahora no se bien qué hacer, no se qué tipo de trabajo quiero. Tal vez debería bajarme del ladrillo y no buscar lo que quiero, sino lo que haya, pero la verdad es que pa’ trabajar en algo que no me ilusione, mejor me tiro al paro (que no es lo mismo que a la bebida).
Los días por acá están muy fríos, yo no le se calcular muy bien al atuendo y a veces voy sudando y otras, la hipotermia amenaza, y la verdad es que no está Barcelona como para pasearla cargando ropa de más, así que un poco de frío sí aguanto (me hago lavados mentales pensando que así me mantendré joven). Pero bueno, nada que ver con el frío de Couzada, esas sí son “chingadeiras”.
Lo que le pido a los Santos Reyes: un trabajo que me guste, un buen sueldo para pagarme mis caprichos (clases de guitarra, yoga, cafecito en el centro…), una obra de teatro (en la que yo salga), unos ojos que me miren bonito y muchas sonrisas que me alcancen para todo el 2009.
No pidió permiso, simplemente tomó impulso y nado con todas sus fuerzas. La frenó el golpe. De lleno se estampo de boca contra la terraza, llevando mesas y sillas (y kilos y kilos de arena, además de litros y litros de agua) dentro del local. Decidió por mí terminar mis andanzas por el Baba Cool. Hasta aquí te trajo el río (o el mar, según el caso), dijo. Me veo obligada a extender mis vacaciones hasta que encuentre otro trabajo que ocupe mis días (o noches, quién sabe). No quedaron más de tres pasos de playa, parece zona de desastre, y hasta que no limpie el ayuntamiento tanto despapare y se reforme el local, no volverán abrirse esas puertas, mismas que metafóricamente siguen abiertas para mí si decido volver a trabajar ya en circunstancias más prosperas para todos.
Ahora no se bien qué hacer, no se qué tipo de trabajo quiero. Tal vez debería bajarme del ladrillo y no buscar lo que quiero, sino lo que haya, pero la verdad es que pa’ trabajar en algo que no me ilusione, mejor me tiro al paro (que no es lo mismo que a la bebida).
Los días por acá están muy fríos, yo no le se calcular muy bien al atuendo y a veces voy sudando y otras, la hipotermia amenaza, y la verdad es que no está Barcelona como para pasearla cargando ropa de más, así que un poco de frío sí aguanto (me hago lavados mentales pensando que así me mantendré joven). Pero bueno, nada que ver con el frío de Couzada, esas sí son “chingadeiras”.
Lo que le pido a los Santos Reyes: un trabajo que me guste, un buen sueldo para pagarme mis caprichos (clases de guitarra, yoga, cafecito en el centro…), una obra de teatro (en la que yo salga), unos ojos que me miren bonito y muchas sonrisas que me alcancen para todo el 2009.
sábado, enero 3
Andanzas de un regreso atropellado a Barcelona
Qué les pasa a los controladores aereos de Barajas? Una hora de retraso en mi vuelo de Vigo a Madrid. Una hora de retraso esperando en el aeropuerto de Barajas (que me resulta tan familiar ya que años atrás fue mi hogar durante tres días) y (no una) DOS horas Y MEDIA (por lo menos... ah! y sin comer nada [que la verdad es que reservas no me faltan después de todo lo que comí en estas dos últimas semanas]) sentada en el avión esperando la autorizacón para el despegue. Después, para rematar, una hora de espera a que saliera la maleta. Dios! Bienvenida a Barcelona.
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