The past is a foreign country. They do things differently there.

martes, mayo 26

Los dos hombres

Salieron del restaurante.

-¿Piensas lo mismo que yo, Al?
-Depende. Si estas pensando que esos vivos irán corriendo a advertirle al sueco, entonces sí.

Pasaron bajo la luz del farol frente al restaurante Henry y cruzaron la calle. La oscuridad cubrió sus pasos cuando los dos hombres entraron en el callejón.

-¿Qué están haciendo ahora?- preguntó Max.
-Hablan. El primer vivo señala a la calle.
-Seguro que van a buscarlo ahora mismo.
-Apaga ese cigarrillo Max, que el vivo de la cocina va a salir del restaurante.
-Pero acabo de encenderlo…

Nick pasaba bajo los árboles iluminados por el farol cuando el cigarro de Max caía al suelo en el callejón. Los hombres lo seguían sin perderlo de vista, veinte pasos atrás. Caminaban, uno por el centro de la calzada y los otros dos por la acera, ocultándose detrás de cualquier cosa, árbol o tronco.

-El vivo subió a la acera.
-Esperemos aquí, no debemos estar lejos. Qué suerte que en este pueblo haya tan pocos faroles.
-Summit es un lugar oscuro, Al.
-Si tuviera que esconderme, también vendría aquí. Parece un pueblo tranquilo.
Max encendió un cigarrillo y aspiró el humo. -Nunca viviría en un lugar en donde se come a las seis de la tarde y sólo hay agua para beber.

La luz de la cerilla dibujaba un círculo que sólo reflejaba sus rostros redondos y anaranjados.

-Entró en la tercera casa- dijo Al.
-Esos vivos son tan predecibles…
-¡Apaga ese maldito cigarrillo!
-¡Con un demonio!- maldijo Max - no nos hemos cruzado con una sola persona desde que salimos del maldito restaurante. ¿Quién nos va a ver?.
De un solo y rápido movimiento, Al arrebató el cigarrillo de la boca de Max arrojándolo al suelo. -Shhh… se ha encendido una luz en el segundo piso.
-¿Y qué vamos a hacer? ¿Registrar todo el segundo piso pistola en mano?
-No listillo, tocaremos a la puerta y amablemente preguntaremos si está Ole Anderson. Vamos, parece que alguien sale- ordenó Al.

Los asesinos caminaron por la callejuela en dirección a la tercera casa.

En honor a Ernie.

miércoles, mayo 20

Cinta de escape

Mahabup cruza el río de puntitas. Sabe que es inútil, la cinta en su bolsillo se mojará de cualquier forma. El agua le llega al ombligo. Tiene esa cinta desde hace mucho tiempo. Dos años. Ahora tiene trece.

-¡Vamos, par de maricas! Muevan esas piernas. Argmf…- , grita el soldado de la cicatriz desde la orilla.
-¡Voy tan rápido como pue…- y un fuerte golpe en la cabeza lo hunde antes de decir el do.

Ve las piernas del soldado que no tiene cicatriz, ve las piernas de su primo Bazzy, ve sus propias piernas enfundadas en pantalones de camuflaje, ve su propia arma en el fondo apuntándolo amenazante. Logra alcanzarla justo en el momento en que una mano lo saca a la superficie jalándolo de la camisa.

-¡Habla sólo cuando se te ordena que hables!-, dice la mano sin cicatriz –¿¡¿Entendido?!?-.

Mahabup asiente sosteniéndole la mirada. Aguantándose el dolor, no se soba la cabeza. Es un hombre limba. Comprueba que la cinta continúa en su bolsillo, alza su arma con las dos manos por encima de los hombros y retoma el camino a través de la corriente, plantando los pies con firmeza en el fondo del río.

Jalándolo del arma, el soldado de la cicatriz saca del río a Mahabup apenas pone un pie en la orilla. El soldado de la mano sana empuja a Bazzy fuera del agua. Los primos se miran con complicidad una milésima de segundo. Mahabup empuja al agua al soldado de la cicatriz con todas sus fuerzas cuando ayudaba al soldado sano a salir, en tanto Bazzy lanza las armas al río.

-¡Váis a morir! ¡Habéis firmado vuestra sentencia de muerte, maricas!-, vocifera el soldado marcado tratando de salir del río.

Bazzy dice con voz entrecortada: -Debí conservar una de las armas por si esos miserables nos persiguen-. –Si nos alcanzan, de nada servirá tu arma. Nos van a matar- y Mahabup aumenta la velocidad tanto como le permite su ropa mojada.

A cada paso, Mahabup entra más profundo en la selva de sus pensamientos sin dejar de correr. Una meditación en movimientos mecánicos a gran velocidad. Viene a su mente su madre, llevando el agua fresca en el jarrón de barro. Sus hermanos asando la carne después de la caza. Todo queda muchos kilómetros atrás. ¿Será posible que esta sea la oportunidad que tanto esperaba?. Podría correr sin parar hasta Freetown y en menos de dos días estaría ahí, frente al Atlántico. Robaría un reproductor portátil y practicaría con su cinta en el cuarto de máquinas de algún barco en dirección a América. Sería polizonte y escribiría un rap sobre su huida de la guerra y los diamantes. -I gotta make it to heaven, fuck going through hell. Gotta make it to heaven, gotta make it to heaven.- rapea Mahabup.

Bazzy siente a su primo decir algo, pero no alcanza a escucharlo. Corre tras él con todas sus fuerzas. Los pulmones le queman. Sus lágrimas se pierden en la selva. No sabe dónde está, no sabe a dónde se dirige. Piensa en su madre, esperándolo con la cena servida para dos. Ve que algo cae del bolsillo de su primo, pero no le da importancia.

Mahabup sigue corriendo. -Gotta make it to heaven-.

Bazzy piensa en la cena.

lunes, mayo 4

Llegué con tres maletas y me parecía mucho. Ahora, algo menos de un año después, tengo tres maletas, una cajota, cinco cajas, tres bolsas grandes de papel (llenas) y una bolsa de las negras de basura tamaño familiar (también llena)… ¿en qué momento…? Todo el mundo dice: sí, yo me he mudado un montón de veces y siempre tengo que tirar dos o tres bolsas de ropa. Lo peor del caso es que ¡yo no tiré nada!. Sólo una bolsita con papeles que fui acumulando. No puedo tirar. Me parece que todo me sirve. Una maleta llena de chamarras, otra de suéteres y pantalones, y la tercera de camisetas, además de mi caja de zapatos (más bien tenis) y una más de complementos… y diario pienso: mmm, no tengo qué ponerme. Es un poco penoso darme cuenta de lo identificada que estoy con mi propia imagen, de cuánto me importa mi ropa y lo imposible que me resulta desprenderme de cosas que ni siquiera he usado desde que llegué.
La inminente llegada del verano, que viene arrastrando cada vez más turistas a Barcelona, me a impulsado a reubicar mi capilla más cerca del centro para poder maximizar mi tiempo, uno, y dos, evitar los largos regresos de pie en el nitbus, aguantando a esa raza permanentemente ebria y desmadrosa denominada “spring breaker”, cuando mi mayor deseo es llegar a la calma de mi cuarto después de los días tan largos en que el Sol se resiste a ir a la cama.
Me duele el estómago, el sueño huyó despavorido y siento nostalgia al pensar que una etapa mas termina. Me duele Pau.