The past is a foreign country. They do things differently there.

martes, diciembre 30

Tu cielo


Llegas a tu cielo un viernes por la noche. Es una suerte tener un cielo particular al cual poder llegar sin tener que morir. Ahí todo es paz, una paz verde de día y groseramente estrellada por la noche. Lo único que se escucha es el agua de la fuente o de algún regato (iba a decir que lo único que se escucha es el silencio, pero me pareció poéticamente barato… aunque ciertamente sería acertado) rompiendo la afonía de Couzada. Un trozo de pasado transgredido por el mal gusto del que decide arreglar su vieja casita y remendarla con pedacitos de modernidad que nada pegan con la belleza de la austeridad de la piedra enmohecida. Menos habitantes que tus dedos y tan diferentes unos y otros como los mismos de tus manos. Todos con el pelo blanco, la nostalgia bien agarrada de sus piernas que caminan despacito (porque no ya hay prisa, no hay que llegar a ningún lado, ya están en el cielo), sabiduría del campo que se nota en sus grandes manos… tiernas manos, historias que se pelean entre ellas para salir primero de la garganta (la mayoría en referencia a ti cuando eras pequeño). Cuando hablas, tus palabras se deshacen en vapor para no lastimar el espeso silencio mágico. El frío encuentra su camino a través de tu ropa (su lugar favorito es el dedo gordo del pie) y tus zapatos. Un frío celestial que conserva todo justo como lo viste la última vez. Ese ruido cuando se abre la puerta de aluminio y arrastra el tapete de la entrada, el piso siempre ligeramente húmedo, el olor de la madera, el sonido hueco de tus pasos al subir pisando la alfombra de la escalera… sí, todo sigue ahí. Suspiras aliviado. Corres a la galería, te asomas por la ventana y compruebas que a casa dabaixo sigue de pie, viejita orgullosa vestida de blanco con sus ventanas enmarcadas en café, hundida en una bruma como de cuento. Debe ser magia.
O home do tempo prometió que haría buen tiempo, pero se equivocó. El tiempo no fue bueno, fue maravillosamente inesperado. El cielo nos dio los buenos días con pelusillas blancas flotando suavemente en el ambiente. No esperábamos ver nevar, la verdad es que a pesar de que hacía frío, no hacía tanto como para que nevara. Qué visión más hermosa. Qué mágico. Qué regalazo. Después de desayunar junto a la cocina de leña un Paladín bien caliente y pan con mermelada de moras de la abuela, nos pusimos en marcha rumbo a Currelo, el pueblo donde nació mi abuelo. El cielo se despejó y pudimos contemplar el valle desde las montañas, la típica vista de Couzada (típica para la familia Pérez) pequeñita desde lo alto de A Peneda Grande (típicos piquetes de toxos e xestas para subir a ella). Llegando a Currelo… no puede ser… empezó a nevar otra vez. Nos metimos entre la maleza para llegar a lo que queda de la casa del abuelo. Piedras cubiertas de musgo, completamente verdes; madera que aburrida de no ver a nadie se dejó caer; tejas rotas por el suelo cubierto de maleza (y tejas rotas); ramas que parecen nacer del centro, señalando en todas direcciones; pelusas blancas cayendo; yo tragando belleza a grandes bocados. Cualquier cosa que tocaba para sostenerme se rompía, así que preferí no sostenerme y confiar en que no me caería para no estropearlo todo. Corrimos, jugamos, bailamos, saltamos, reímos, nos congelamos y volvimos a entrar en calor con las historias que contaba mi mamá de cuando subía con las vacas desde Couzada hasta Currelo. Cimentamos sueños harto lindos y demasiado grandes para ser escritos. Lo verde se nos pegó a la ropa y el barro a los zapatos. Con el dedo gordo congelado regresamos al calor de la chimenea, a comer caldo, patatas en cachelos, chorizos y pan de ayer (porque el abuelo siempre esconde el de hoy).
Mi cielo es verde y estrellado, huele a leña y a humedad, suena a agua y a cencerro, definitivamente sabe a castaña, es frío por fuera y calido por dentro, está cubierto de musgo y hundido en el vapor suave de todo lo que se ha dicho. Qué suerte poder regresar una vez más. Qué bendición visitar el cielo y seguir viviendo, sabiendo que de una u otra forma, tarde o temprano volveré.

viernes, diciembre 26

La Princesa Quisquillosa de Macedonia

La bondad de la princesa Quisquillosa es bien conocida desde el viejo hasta el nuevo continente. Se dice que su corazón es tan grande que los pulmones y el hígado son de tamaño más bien reducido para caberle dentro, sutileza que la hace extremadamente sensible a las bebidas espiritosas. Apenas el licor cae en su copa real, la cabeza ya se le va a las nubes, uno de sus lugares favoritos, ya que ahí puede reírse a grandes carcajadas y verlas caer congeladas como copos de nieve vistiendo su reino de un blanco brillante que, a pesar de hacerlos tiritar, pinta una sonrisa en la cara de sus súbditos que va calentando el corazón de unos a otros.
Su gusto por la comida es bastante peculiar. Se hace traer, en un barco de tres mástiles, grandes ovillos de queso fresco desde un reino muy pero muy lejano (Las Indias, dicen los más entendidos), mismos que hace deshilachar por las damas más delicadas de la corte cada mañana para el desayuno. Por la tarde reúne a los más sobresalientes cocineros del palacio para que preparen grandes cantidades de una suculenta mezcolanza de chocolate y avellana que gusta de comer sola con pan de molde sin corteza.
Cada año hace reformas en su palacio ya que nunca está conforme. En la corte se le conoce como el Alcázar Inconcluso de Macedonia, que crece y decrece a voluntad de Quisquillosa según los ciclos lunares, que suelen repercutir lo justo en el temperamento tan delicado de la infanta de Macedonia.

Prometido a unha princesa galega

martes, diciembre 23

Previo a la Noche Buena

Galletas María, mantequilla, azúcar, leche, huevos y chocolate Chaparro. Eso es todo lo que se necesita para hacer el pastel más delicioso del mundo (no es que haya probado todos los pasteles del mundo, pero estoy segura de que ninguno podría entrarme por la boca y antes de caer en la barriga, pasar por el corazón). Justo en este momento se está llevando a cabo la creación de tan suculenta lambonada. Mi mamá y mi abuela tratan de imitar lo mejor posible a mi tía Lolita, la experta familiar en lo que a la tarta de galletas, mientras me reprochan el estar detrás de la computadora sin ayudar. Creo que esto es lo más tradicional en mi familia para la cena navideña. Me atrevería a asegurar que podría faltar el caldo de mariscos, la ensalada de manzana o incluso el mismísimo pavo, pero la tarta de galletas… no sería Navidad sin ella.
Vigo es una ciudad en la costa de Pontevedra, provincia de Galicia, en donde mis abuelos pasan los meses de más frío, porque en el pueblo, Couzada, fai un frío que pela. Esta es la primera vez en mi vida que paso aquí Navidad, y la verdad es que promete ser bastante especial. Sólo estaremos los abuelos, mi mamá, el Bicho, Ales, Manuel y yo… así o más extraño? Para mí es bizarrísimo, pero me ilusiona mucho. Las Navidades solían ser siempre iguales, siempre los mismos, la misma comida, la misma rutina, en el mismo lugar… (no es que me queje, siempre lo pasé bien… sobre todo cuando Vane y yo planeamos el embriague de nuestras madres…) así que esta resulta bastante novedosa y contribuye lo justo para recuperar el espíritu navideño que anduvo despistado todo el año.
Siendo sincera, no siento una gran paz… el amor sí está ahí, lo se, lo siento, pero la paz… esa me cuesta más. Parece como si mi ADN hubiera sufrido alguna extraña mutación que me imposibilitara para disfrutar lo que a la generalidad le resulta disfrutable. Esa maldita sensación de tener que estar siempre en otro sitio… de estarme perdiendo de algo más importante que mi presente… lo razono, lo comprendo, se que no hay nada más valioso que lo que estoy viviendo justo en este segundo… pero la impresión sigue ahí.
“Vendoo así, esto eh unha bomba… leva o demo de manteca” (lo siento, no se escribir bien gallego)… la dulce voz de mi abuela me saca de mi enmimismamiento y me trae de vuelta al olor de la tarta… un hermoso presente de mi presente para que me quede aquí.

lunes, diciembre 15

El Bicho y la madre del Bicho

Regresé más de veinte años en el tiempo y sentí la misma emoción que se me metía debajo de los párpados haciéndome apretar fuerte los ojos (sin conseguir dormirme) la noche anterior a la llegada de los Santos Reyes. No podía dejar de pensar en tan ansiada llegada. Por más que trataba de meter mis pensamientos en una caja al fondo de mi archivo mental para concentrarme en el regalo del presente, no había manera. Mi mamá y el Bicho llegaban ya, sólo faltaban unos días, una noche, unas horas… ya están aquí. Escucho la respiración fuerte y pesada de tanto cansancio de mi mothership durmiendo justo arriba de mi cabeza (en mi cama suspendida a dos metros) mientras escribo esto y doy gracias. Mi Bicho está con los hippieprimos, Alex (Ales pa’ a familia) y Manuel, en su nuevo departamento (gracias a una vela), la bien llamada “Cabaña de los Cielos”.
Calamitosamente llego junto con ellos una lluvia espesa que cubre todo de blanco y que los obligó a quedarse refugiados en la anteriormente citada cabaña prácticamente todo el día, mientras yo permanecía salvaguardada (aunque de forma obligada) en mi propia cabaña anticuaria playera (entiéndase Baba Cool). Pero qué felicidad, que emoción tenerlos tan cerquita y recorrer de nuevo a seis piernas las calles de Barcelona. Tan linda compañía… sonrisa permanente (por lo menos hasta que se vayan).

jueves, diciembre 11

Estarbucs cofi

Bajé del autobús (bastante atontada después de un viaje de ocho horas) y lo primero que vi fue el vapor que salía de mi nariz. Respiré de nuevo (ahora con más aire) para comprobar que realmente el vapor salía de mí. Sí, era un hecho. Ocho y media de la mañana (madrugada para mí), menos dos grados de temperatura, faltaban más de tres horas para mi audición y yo no tenía a dónde llegar para por lo menos lavarme la cara. Tras unos minutos de ponerme el letrero de victima colgando del cuello (qué hago aquí pobre de mí no tengo a nadie quiero a mi mamá…), me sacudí la modorra que se me pegó en el autobús y pensé fríamente (a menos dos no podía pensar de otra forma) cuál sería mi siguiente paso. “Necesito un lugar donde cambiarme, de preferencia sobre cero (cerquita del veinte por lo menos), que me pueda tomar un cafecito y sentarme a estudiar las escenas… Starbucks… pero dónde hay un Starbucks en Madrid?... está bien que cada vez hay más de esos en todo el mundo, pero no me voy a poner a buscar uno a las ocho de la mañana, con la mochila que ya me jala pa’tras y congelada como estoy…”. Elegí una estación de metro siguiendo más o menos el mismo método que las Flores de Bach: que mi pulso decida. Enfilé hacia Colón, y al salir del metro una sonrisota se me escapó corriendo cuando vi diez metros más adelante las tan esperadas letras verdes. Las puertas automáticas se abrieron recibiéndome con una ráfaga de aire calientito que me puso la piel chinita. “Estoy en casa”… QUÉ?!... no m--es… cómo que “estoy en casa”?. Fue impactante descubrir que Starbucks es para mí lo que la sopa es para el niño del comercial (ese que tras una cucharada dice “mamá”). Como todos son iguales, era como si por uno momento estuviera en cualquier Starbucks de la Condesa. El mismo olor a cafecito rico (ya se que no es el mejor café, pero la neta es que sí huele rico ahí dentro), los mismos sillones que claman “siéntate en mí”, los mismo vasitos rojos (navideños)… Pedí mi chai latte alto, me senté en un silloncito de terciopelo cerquita del baño y suspiré aliviada. Por cinco euros con diez céntimos obtuve: tres horas de calefacción; un sillón cómodo donde estudiar; un baño limpio donde lavarme, cambiarme, maquillarme y perfumarme (harto perfumarme); un chai latte y una infusión de menta, sin contar esa sensación de pertenencia que no puedo explicar. Amo Starbucks.

miércoles, diciembre 3

Me adelanto varias horas, porque se que mañana no podré publicar esto… y es importante para mí que mañana esté aquí este post. El día de mañana celebro uno de los hechos que mayor trascendencia ha tenido en mi pre-existencia. No es el que más por el simple hecho de que es imposible rastrear genealógicamente el evento específico que permitió que yo naciera, cientos y cientos de años atrás (no que yo haya nacido hace cientos de años… [probablemente sí, también] sino rastrear desdeN muy atrás, pues). Sin darle más vueltas al moño, mañana es el cumpleaños de la persona más importante en mi vida (ahí sí, se las mató a tod@s), la persona a la que literalmente le debo todo (el último nombre que pronunciaría en mi discurso de agradecimiento si ganara algún modesto premio [tipo un Alberto Oscar], por ser el de mayor peso (digo, por no dejar, la verdad es que al final diría algo así como: “yiii… quieeeroh aagradecerh a Dios… blah, blah, blah” [con mi tonito de lloradera]). Bueno, ya me enredé… el punto es que la mejor mamá del mundo (que neto sí es la mía, digan lo que quieran) nació un cuatro de diciembre (el año nos lo ahorramos, porque finalmente mi madre tiene energía de adolescente).
Llevo varios días reflexionando sobre la vida de mi mamá, sobre todo lo que pasó antes de que yo naciera, todo lo que hemos vivido juntas desde que nací, todo lo que ha sacrificado, lo que ha llorado… La verdad es que mi mamá siempre estuvo en un pedestal muy alto para mí… es que de verdad no se puede ser tan bueno como ella! (no exagero, tendría que escribir un blog completo sobre su vida para que me entendieran [y por qué no?])… mi admiración me a exigido alcanzar no menos de lo que yo considere que alcanzaría ella en mis circunstancias… al ver lo que ella ha logrado en sus circunstancias, no podría hacerlo de otra manera.
Entregada de pelo a pie a todo lo que hace, optimista y sonriente, sensible en cada pedacito de su ser (llora en todas las películas), tan pero tan inteligente, una capacidad de adaptación asombrosa, una empatía completa, simpática hasta la tablita de los merengues, se sabe todos los dichos que hay (y los sabe aplicar justo donde quedan), sabiduría en cada arruguita de su cara hermosa, mamá cibernética que no sale sin su Mac bajo el brazo, espíritu libre y lleno de luz, nada (pero nada de nada) la detiene, siempre tiene alguna palabra cariñosa que es como una bolsa de agua caliente en los pies helados…
Estas en todos mis días mamá, alumbrando mi camino con tu ejemplo. Nunca imaginé que pudiéramos tener una relación tan bonita, que pudiéramos compartir tantas cosas y hablar de corazón a corazón, como dos simples y llanos seres humanos, iguales, nada de madre e hija. Te digo mamá porque así te llamas, así me enseñaste a decirte desde el principio, además te lo ganaste a sístole y diástole… y es el nombre más hermoso que he escuchado y para mí nadie más se puede llamar así. Nada me hace sentir tanto amor y seguridad que esa palabra. Pero hoy te agradezco a ti Caxón (la variante de tu nombre que más me gusta… te imagino de niña) por ser y por dejarme ser, por ponerme el nombre de “miña filla” (y ahí coincidimos, a nadie más le puedes decir así ☺), por sembrar en mí lo mejor de mí, por revolucionar tu pensamiento tantas y tantas veces para, sino comprender, respetar y cuidar… Gracias mamá, mamita, mamushka, tía Encarna, Señora Suárez, señora a secas, madre sólo hay una (y como la tuya ninguna, contesta mi mamá), abu… y muy feliz cumpleaños para ti (estoy segura que lo será, tú te las sabes apañar siempre). Te amo (palabra no usada en mi familia [o sea que muy fuerte]).

lunes, diciembre 1

Las pequeñas cosas bis

Hoy nos imaginé caminando descalzos por las calles empedradas, sintiendo las frías piedras que nos regalan el presente, como agujitas que se clavan en los pies y que no nos dejan pensar en nada más que en este momento. Hoy me vi hippie (como tu lo has sido, como yo nunca lo seré) hablando de poesía que nunca he leído, sentada en la mesita descuidada al fondo de un café bohemio frente a un tú (hippie también, como lo fuiste) de pelo largo y ojos profundos (such as mine). Hoy te recordé como no te conocí, me imaginé como si te conociera de hace tantos años, inventé un pasado común que sería divertido recordar juntos por estas plazas, sentados en unas escaleras de piedra, en medio de historia y poesía arquitectónica, con un bocadillo en una mano, en la otra una cerveza y en la otra (si, otra más) el corazón (hippie, como son nuestros corazones). Nuestros corazones intercambiando ideas mientras no decimos nada. Hoy pensé en ti aunque ya no sea tu cumpleaños, recordé todo lo que tiene que ver contigo, recordé al ojo detrás del lente que me desnudó, pensé en nuestra vida en común y en la que no tenemos nada que ver. Hoy me hubiera encantado caminar contigo (y con el ojo [también hippie]… como siempre planeamos y nunca hicimos), aquí o en el Parque México, da igual, lo realmente valioso era la compañía.

Fai un frio do carallo

Jesuscristo, ¡aplaca tu ira...!